lunes, 21 de diciembre de 2015

Conservación de Espadas Antiguas

Introducción.
El objeto fundamental de este artículo es el de servir de ayuda y breve guía al coleccionista o aficionado particular, con el fin de lograr una adecuada conservación y un buen aspecto expositivo de sus piezas, sin que esto suponga en ningún caso una depreciación de su valor histórico o material.
Por tanto, no es mi intención con lo que sigue abordar procedimientos de actuación propios de restauradores profesionales, conservadores de colecciones públicas, etc. Su casuística en cuanto a la naturaleza de las piezas con las que tratan, los medios y técnicas a su alcance, y la envergadura de los proyectos de restauración y conservación a los que tienen que hacer frente exceden claramente el ámbito de este trabajo.
En cualquier caso, y aunque trataré de proporcionar información que sea útil y ajustada a la realidad, deseo indicar expresamente lo siguiente: como autor de este artículo no puedo asumir responsabilidad alguna sobre posibles efectos indeseables o daños derivados de la aplicación de las técnicas que se van a describir en el mismo. Queda a la entera discreción del lector su aplicación en su caso particular, y asimismo dicho lector asume completamente la responsabilidad de los efectos que puedan producirse de dicha aplicación.
Un sable inglés Mod. 1803 para oficial de infantería, cuya limpieza debería dejarse a un experto: hoja pavonada, grabada al ácido y dorada. (Imagen cortesía de Lluc Sala)

Una espada o sable antiguos (y por "antiguo" tomo un sentido muy amplio del término) son objetos irremplazables. Esto es una verdad de perogrullo, pero a veces se pierde de vista. No es posible conseguir que alguien produzca otro igual, pues cualquier reproducción será algo enteramente distinto. Si una pieza resulta seriamente dañada, todos hemos perdido un elemento de nuestra historia común. Esto es algo que cualquier aficionado debe tener siempre muy presente.
Por ello, esta consideración debe presidir cualquier actuación sobre una pieza. La regla de oro es: ante la duda, no hacer nada. Es mucho mejor dejar un objeto antiguo tal y como lo encontramos, por malo que nos parezca el estado en que se halla, que arriesgarnos a dañarlo por utilizar una técnica inadecuada o que no dominemos suficientemente. Repito, si no estamos completamente seguros de lo que hacemos, no lo hagamos. Es tan simple como esto. Pensemos que en muchas ocasiones, esos objetos han llegado a nuestras manos sin que nadie haya cuidado de ellos especialmente durante muchos años, y aún así pueden encontrarse en un estado de conservación casi aceptable. El tiempo daña lentamente, el aficionado inconsciente lo hace de forma instantánea.
Otro aspecto a considerar es la disyuntiva restauración/conservación. Este artículo trata de ésta última, por varios motivos. En primer lugar, una restauración supone una intervención sobre la pieza más profunda, lo que conlleva un riesgo evidente de daño si no la realiza un profesional o persona con cierta experiencia. El daño puede provenir del uso de materiales inadecuados o inestables a largo plazo, o de la innecesaria sustitución de elementos originales, aunque dañados, por otros nuevos y quizá correctos en apariencia, pero ajenos por completo a la pieza y su historia.
En segundo lugar, el objetivo de una restauración es llevar a la pieza a su estado original, o cercano a éste. Y esto, desde un punto de vista filosófico, es algo ciertamente discutible. En campos como la pintura, parece que restaurar es la tendencia actualmente aceptada, aunque siempre quede quien dice que "el tiempo pinta", pero en el campo del armamento antiguo esto no está claro en absoluto. De hecho, en ciertos países la tendencia es justo la contraria, esto es, sólo la conservación es aceptable, mientras que en otros sólo se considera válida una restauración muy moderada de elementos no esenciales. Caso aparte es la tradición de la espada en países asiáticos, que se mueven por parámetros por completo ajenos a los que manejaremos aquí.
En mi opinión, lo antiguo no es nuevo, y de ahí su interés y valor. Tratar de que lo antiguo parezca nuevo es engañarse, por que no lo es. Y además, es no entender realmente en que consiste esta afición. Porque una espada antigua no es cualquier objeto. Es algo muy especial, tan especial que alguien, alguna vez, fió en ella la propia vida. Y eso, ante todo, merece respeto. Desde ese respeto se han escrito estas líneas.
¿Qué piezas no tratar?
Resulta útil en este punto decir a qué piezas no nos vamos a referir en éste artículo. Por sus peculiares características, estas armas requieren de unas técnicas o habilidades que están fuera del alcance del coleccionista medio, y por ello las excluimos expresamente:

  • Espadas procedentes de excavaciones, o de entornos acuáticos (lechos de ríos, lagos o mares, restos de naufragios).
  • Piezas de un gran valor, bien intrínseco (espadas-joya), o bien derivado de su rareza (por ejemplo, espadas medievales y anteriores, piezas atribuidas a grandes personalidades, etc.).
  • Hojas con decoración dorada o pavonada.
  • Guarniciones doradas al fuego o con tratamientos decorativos especiales (nielado, damasquinado, etc.).
  • Hojas de acero de damasco, bien auténtico o mecánico.
  • Hojas orientales, y muy especialmente las procedentes de la tradición japonesa.

Queda al buen criterio del lector añadir a esta lista cualquier otro caso que la prudencia aconseje. En estas situaciones, se impone el consejo de un profesional reconocido en el campo concreto del que se trate.
Limpieza de hojas de espada.
El primer paso de todo proceso de conservación es una adecuada limpieza. Por adecuada entendemos aquella limpieza que permite apreciar el objeto en todo su detalle, pero sin depreciar su valor. Esto es, debe ser suficiente, pero nunca excesiva. Hablando de hojas de espada, al menos debe ser capaz de eliminar completamente todo el óxido activo (de color rojizo), y parte del óxido antiguo ya estabilizado (de color oscuro y gran dureza).
Existen diversos medios para limpiar una hoja de espada, pero en general pueden clasificarse en químicos (incluyendo los electroquímicos en este apartado) y mecánicos. No intentaré ser exhaustivo, sino que en éste como en otros apartados me centraré en aquellos que he experimentado personalmente o de los que tengo referencias directas, tendiendo a ignorar el resto, por un criterio de prudencia.
Medios químicos.
En general recurren a alguna sustancia que ataca el óxido y suciedad de la hoja, en mayor medida que al acero del que está compuesta, a través de una reacción química. Normalmente, hablamos de ácidos o álcalis.
Suelen tratarse de procedimientos de limpieza rápidos y que suponen un esfuerzo muy ligero, lo que implica que los resultados no son siempre buenos. Ciertamente, resultan muy eficaces destruyendo el óxido, incluso el más endurecido, pero inevitablemente afectan al metal base de la hoja, pudiendo en el extremo hacer desaparecer una parte apreciable de él. Por ello, conviene utilizar ácidos suaves, de acción lenta, como el acético (presente en el vinagre) o cítrico (en el zumo de limón), que permitan controlar la exposición. Otros ácidos muy usados han sido el fosfórico y nítrico, aunque yo no los encuentro recomendables por demasiado agresivos. Sea cual sea el ácido que usemos, la superficie de la hoja tendrá un aspecto final oscuro y mate, con multitud de pequeños poros, un aspecto "cocido", como se le denomina entre los aficionados. Requerirá seguramente un pulido final. Por supuesto, cualquier inscripción o grabado en la hoja puede haberse visto afectado. Aparte de ello se han descrito ciertos procesos de hidrogenado del metal que hipotéticamente pueden conducir a su debilitamiento en tratamientos intensos. 
En caso de emplear una limpieza al ácido, nunca hay que perder de vista el tiempo de exposición, y conviene experimentar previamente sobre un hierro oxidado sin valor. Es necesario además lavar generosamente con agua tras el tratamiento, para evitar que el ácido siga actuando. Asimismo, habrá que proteger cuidadosamente mediante bolsas de plástico la guarnición, para evitar que los vapores ácidos la afecten. 
De hecho, estos métodos se suelen aplicar cuando se desmonta la espada, para así trabajar con la hoja sola. Esto ya es de por sí una mala idea, pues desmontar una espada siempre comporta el riesgo de dañar alguno de sus elementos. Por ello, y por todas las consideraciones anteriores, los métodos de limpieza puramente química no son convenientes en la mayoría de los casos.
Entre estos métodos puede incluirse el de la electrólisis. Al disponerse de un conjunto mayor de parámetros variables a voluntad (intensidad de la corriente, naturaleza y concentración del electrólito, etc.) es en teoría más controlable. No dispongo de experiencia sobre la misma, pero adolecería del problema anterior (desmontado de la pieza) y ello para mí ya la hace cuestionable.
Un sable español Modelo 1860 para caballería ligera, previo a su tratamiento.

Medios Mecánicos.

Son aquellos que llevan aparejada una acción mecánica sobre la superficie de la hoja, en forma de una fricción abrasiva. Ésta puede ser aplicada mediante herramientas eléctricas o manualmente, y es ésta última forma de trabajar, a mano, la que recomendamos aquí.
Cualquier limpieza abrasiva se basa en el principio de utilizar un material de limpieza que sea más duro que el óxido, a fin de erradicarlo, pero más blando que el acero de la hoja, a fin de no dañarlo. Éste es un compromiso muy delicado, y en la práctica debemos esperar la aparición de abrasiones en la hoja que, idealmente y si hemos aplicado correctamente el método, no deberían ser apreciables a simple vista. Especial precaución requieren los parches de óxido en superficies cromadas o niqueladas, metales ambos mucho más blandos que el acero, por lo que deberemos ser especialmente cuidadosos en su presencia y utilizar siempre los abrasivos más finos.
Antes de empezar, la hoja deberá quedar fijada apoyándose a todo lo largo de una de sus caras sobre una superficie plana, rígida y lo bastante grande, a fin de que toda ella siente bien y podamos presionar sin peligro. Si es preciso, la guarnición deberá quedar fuera de esta superficie, justo en el borde, pues lo importante es que la hoja entera quede descansando perfectamente sobre la superficie de trabajo. Deberíamos aumentar la seguridad sujetando la hoja mediante una sargenta o gato de carpintero, apretando sólo lo justo para que no pueda moverse o caerse, y cuidando de interponer un cartón rígido o pieza de madera entre la hoja y la garra de la sargenta.
El método más recomendable, y por el que deberíamos empezar siempre, es el uso de lana de acero de calibre "00" en presencia de aceite mineral ligero, nunca en seco. Aunque algunos recomiendan el uso de lanas de acero más finas (calibres 000 e inferiores) yo las encuentro tan delicadas que resultan demasiado lentas en su acción, y habiendo trabajado con la "00" no he encontrado problema de arañazos detectables, siempre que se use junto con algún lubricante, como queda dicho. 

Aunque pueda parecer una solución demasiado "casera", en el caso de que queramos ser más agresivos, como puede ser el ataque inicial a una capa de óxido consistente a la que la lana de acero no causa efecto, podemos recurrir al conocido estropajo "verde" de cocina, especialmente cómodo de utilizar si va montado sobre una esponja. Como en el caso anterior, nunca en seco, sino lubricado. No obstante, este tipo de estropajo deja marcas muy visibles sobre superficies de acero pulidas o bien cromados y niquelados, sobre los que nunca deberíamos utilizarlo.
Aceites adecuados para esta tarea pueden ser aquellos que incorporan disolventes volátiles y que por ello resultan limpios y más eficaces ablandando el óxido. Son aceites del tipo "3 en 1®" o "WD-40®". Como luego veremos, estos aceites sólo sirven para limpieza, dado que no son aptos para preservar las piezas de futura oxidación, por tender a evaporarse. Otro tipo de aceite muy útil, más económico y que sí puede cumplir esa doble función es el aceite mineral puro (parafina líquida). Se puede encontrar en comercios de menaje del hogar para su uso en tablas de cocinar, debido a que no es tóxico, por lo que también puede encontrarse en algunas farmacias, por sus propiedades laxantes. 
Siempre debemos frotar la hoja con la lana empapada en aceite, en sentido longitudinal, desde el recazo o bigotera hasta la punta. Es importante hacerlo así, tratando de evitar movimientos perpendiculares al eje de la hoja (de través). Esto hará que las siempre posibles, aunque leves, marcas que puedan quedar sean más difíciles de apreciar a simple vista. Graduaremos la presión ejercida según la necesidad, teniendo cuidado en dos casos: hojas grabadas y, sobre todo, hojas niqueladas o cromadas. En éste último caso un exceso de presión marcará el acabado de la hoja, más blando que el acero desnudo, y contribuirá a desgastar en exceso la capa de níquel o cromo, siempre delgada. 
Una vez limpia la hoja de este modo, le daremos una pasada con un paño generosamente humedecido con aceite limpio, y observaremos los resultados. El óxido activo debería haber desaparecido, aunque es posible que zonas con óxido más antiguo, o con picados, sigan siendo evidentes. Un método más eficaz, y que podremos utilizar a continuación si la situación lo requiere, es humedecer la lana con un limpiador para metales ligeramente abrasivo (tipo Sidol® líquido) en vez del aceite. Personalmente he obtenido muy buenos resultados con esta combinación de lana de acero y Sidol, por lo que me atrevo a recomendarlo. Contribuye a ablandar el óxido y usado correctamente (impidiendo que la lana se seque) no deja marcas sobre el acero.
Bien utilicemos aceite sólo o limpiametales, estos métodos no son rápidos. Deberemos repetir con paciencia su aplicación hasta que nos sintamos satisfechos con el aspecto de la pieza. No obstante, debemos evitar el uso de herramientas eléctricas para acelerar la tarea, pues aunque se utilicen cepillos abrasivos suaves, es realmente muy fácil dejar marcas de arañazos, a veces muy visibles y difíciles de eliminar posteriormente. Lo rápido nunca es bueno.
En cualquier caso, el toque final lo constituirá una limpieza con un trapo y aceite limpio, para retirar completamente cualquier residuo dejado por la lana y restos de aceites sucios o limpiametales.
El sable anterior, una vez limpiado por medios mecánicos manuales.
Limpieza de guarniciones.
Depende por completo del material en que esté realizada, que puede ser de muchos tipos. Para guarniciones de hierro o acero, prácticamente todo lo dicho para las hojas es de aplicación. 
Otro metal muy habitual en la fabricación de guarniciones ha sido siempre el bronce o, más frecuentemente, el latón. En ambos casos se obtienen buenos resultados con trapos humedecidos en limpiadores específicos para bronce o latón, aunque también he obtenido muy buenos resultados con un limpiador para plata y otros metales que se vende en forma de un algodón impregnado en disolventes. Si el nivel de suciedad depositada es muy elevado, puede utilizarse lana de acero muy fina (del 000) junto con alguno de estos limpiadores líquidos, nunca en seco. En cualquier caso se deben seguir las instrucciones que acompañan a estos productos. Existen alternativas, digamos, ecológicas, de acción más suave, como el vinagre con sal, pero requiere pasar un trapo húmedo para eliminar el ácido y secar bien después. 
Un par de comentarios en relación con las guarniciones de latón: en ocasiones estas guarniciones presentan abundancia de manchas oscuras de suciedad acumulada, o bien verdosas de óxido de cobre (verdigrís). En estos casos, resulta muy recomendable limpiarlas, pues el verdigrís acaba corroyendo sensiblemente el metal. Además, es un compuesto venenoso, por lo que deberemos obrar con precaución.

No obstante, otras veces el latón o bronce desarrollan una pátina algo más oscura que el metal original, pero uniforme y de aspecto antiguo y agradable. En estos casos debemos valorar si no merece la pena mantener la guarnición como está, pues además no siempre es coherente ver una guarnición brillante e impecable junto a una hoja de aspecto envejecido. En estos casos de pátina que queramos conservar, bastará limpiar la guarnición con alcohol de quemar, o a lo sumo, algo de acetona, a fin de retirar la suciedad superficial. Otra situación en la que debemos limitarnos a una limpieza muy ligera con alcohol es la de guarniciones doradas, bien al fuego o, más modernamente, de forma electrolítica. Una limpieza con limpiametales acabaría con el dorado, en todo o en parte. 
Si el puño es de madera, o está recubierto de cuero o piel de pez (zapa o lija), es necesario que los productos que usemos no entren en contacto con estos materiales, que podrían quedar con manchas permanentes. La madera podrá limpiarse cuidadosamente con un trapo ligeramente humedecido en agua, secando a continuación. Lo mismo vale para la piel de pez (de zapa o de lija), y para el cuero puede usarse con moderación alguna crema incolora de calidad, especialmente si ha sido formulada para cueros antiguos. En todo caso, nunca debemos usar aceites o grasas con un puño recubierto de cuero, pues podrían empaparlo en exceso y disolver o ablandar la cola que lo mantiene unido a la madera, con lo que podría despegarse. Si vemos que el cuero ya corre riesgo de desprenderse, o está fracturado con un aspecto frágil, es mejor no tocarlo en absoluto. 
Conservación.
El acero de las hojas de espadas antiguas, y el hierro de sus guarniciones y vainas, se oxidan. Es un hecho irremediable, un proceso que será tanto más rápido cuanto más húmedas sean las condiciones de conservación, pero siempre presente, incluso en los climas más secos. La única forma de frenar este proceso es aislar en lo posible la hoja de la humedad y el oxígeno del aire. 
Un método tradicional ha sido el de cubrir las hojas con una ligera capa de aceite o grasa. Este procedimiento no es nada recomendable para espadas antiguas, puesto que resulta sucio si pretendemos exponerlas, y además requiere de una vigilancia constante para que con el tiempo no queden descubiertas partes de la hoja que se podrían oxidar. Además el aceite tiende a capturar el polvo del ambiente, que con el tiempo puede, cuando la capa de aceite se retire, atraer la humedad a su vez y retenerla en la superficie de la hoja. 
Antiguamente se usó con alguna frecuencia la cosmolina, una grasa transparente procedente del petróleo que aunque secaba creando una película protectora, amarilleaba y con el tiempo resultaba desagradable a la vista. Cuando esto sucedía, resultaba muy difícil de limpiar. La vaselina pura daba resultados algo mejores, pero no del todo satisfactorios. 
Lo más recomendable en mi opinión y en la de muchos coleccionistas y conservadores es usar algún tipo de cera microcristalina. Este tipo de ceras, aplicadas en capas finas, secan formando una película transparente y resistente al tacto. Un tratamiento puede durar incluso años si la pieza no se manipula en exceso. Inmediatamente antes de aplicar la cera conviene limpiar la superficie a tratar con algún disolvente suave, como el alcohol de quemar. Esto eliminará restos de grasa que pudieran dificultar la adhesión de la cera. Algunas marcas comerciales de estos productos son "Renaissance Wax®", británica, y "Conservator's Wax®", canadiense. No conozco de equivalentes locales, aunque dichos productos pueden conseguirse con facilidad a través de la red. 
En cuanto al latón, puede protegerse de igual modo, con alguna de estas ceras. Sin embargo, si uno se limita a eliminar el polvo frotando de cuando en cuando con un paño suave y seco, el latón y el bronce van adquiriendo un tono algo más oscuro, aunque lustroso y agradable, que quizá resulta más adecuado en una pieza antigua. Siempre y cuando el clima no sea muy húmedo, en cuyo caso el uso de la cera sí es recomendable. 
Estas ceras microcristalinas ayudan también a conservar puños de madera, aunque algunas especialmente duras, como el ébano, no requieren otro tratamiento que pasarles un paño seco de cuando en cuando a fin de retirar el polvo. Esto último es válido también para los puños de hueso o asta. En cuanto a los puños recubiertos de cuero o zapa, me remito a lo dicho más arriba sobre su limpieza. 
Respecto de las vainas de cuero, es un asunto que depende mucho de la integridad y estabilidad del cuero. Si el cuero está en relativo buen estado, una crema incolora de las que antes comentábamos puede dar un buen resultado. Si su estado es más deficiente, un tratamiento con grasa para cueros puede ayudar a flexibilizarlo un poco. No se debe abusar de la grasa, lo lógico sería utilizarla como tratamiento inicial, y posteriormente, pasado algún tiempo, recurrir a la crema, también con moderación. No obstante, si el cuero se halla en un estado de gran fragilidad, o muy endurecido, lo más recomendable sería recurrir a un experto, o bien dejarlo como está y conservarlo aparte con cuidado. 
Almacenamiento y exposición.
Otro elemento importante son las condiciones de almacenamiento o exposición de las piezas. Lo ideal, caso de tenerlas expuestas, sería hacerlo tras un cristal, a fin de evitar la acumulación de polvo. Si no es posible, convendrá impedir que este polvo se acumule con alguna ligera limpieza cada cierto tiempo. 
En todo caso la temperatura debería oscilar en torno a los 20-25 grados, evitando lugares excesivamente calurosos. La humedad es otro factor importante, y un valor adecuado está entre el 45 y 60 %. Valores superiores pueden provocar condensación en las partes metálicas, y un valor inferior que los materiales orgánicos (madera, cuero, etc.) se resequen en exceso. El lugar de exposición o almacenamiento debe estar suficientemente ventilado, de nuevo para reducir el riesgo de condensación. 
Las piezas deben quedar siempre fuera del alcance de los niños o personas sin experiencia. En primer lugar, por el evidente riesgo para ellos, al manipular objetos cortantes y punzantes, y en segundo lugar porque un niño puede conseguir en diez minutos lo que el tiempo y lo avatares de la historia no han conseguido en siglos: destruir o dañar severamente una espada. 
Las espadas pueden conservarse en sus vainas si éstas son metálicas. En el caso de las de cuero suele recomendarse exhibirlas aparte, aunque en climas no demasiado húmedos, y tratándose de cuero viejo, no suelen dar mayores problemas. Pero en efecto, si la humedad es más alta de lo recomendable, las vainas de cuero pueden constituir un problema para la conservación de la hoja, y es mejor tenerlas aparte. 
A modo de costumbre, debemos comprobar el estado de nuestras piezas cada seis meses, aproximadamente, a fin de detectar si se está comenzando a formar algún tipo de óxido, u otros problemas, y así poder actuar a tiempo. 
Una última precaución, en el caso de que las piezas se cuelguen de paredes o paneles, es no utilizar soportes metálicos, o al menos impedir que entren en contacto directo con partes metálicas de las armas. Si esto sucediese, pueden generarse pares electroquímicos que pueden llevar a una corrosión acelerada en los puntos de contacto, de nuevo más agresiva en climas húmedos. El aluminio, en contacto con el acero o hierro, es especialmente peligroso. 
Conclusión.
Una espada es un arma cuyos elementos se componen de materiales muy diversos, cuya limpieza y conservación plantea problemas diferenciados. En este artículo se ha tratado de abordar aquellos cuya presencia es más común en las piezas habituales. En este aspecto es recomendable repasar el apartado en el que se indicaban aquellas piezas no tratadas aquí, las que por sus especiales características pueden requerir de la asistencia de un experto en restauración de armas blancas. 
El objetivo no es siempre el de devolver la pieza a un estado impecable, inmaculado, pues se trata, al fin y al cabo, de una antigüedad que ha atravesado generaciones hasta llegar a nuestras manos. Nuestra intención debería ser devolver al objeto a un estado que garantice su conservación y que al mismo tiempo permita apreciarlo en todo su valor. A la hora de aproximarse a este tipo de antigüedades, la prudencia será siempre nuestra mejor consejera, y será quien nos ayude a disfrutar de nuestra colección, a la par que hacerla llegar a las generaciones venideras en el mejor de los estados posibles.

ã Juan José Pérez, 2011-2015

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