viernes, 20 de mayo de 2016

Restauración de una Espada de los Reales Guardias de Corps.


Introducción: Una vieja amiga.

En un artículo anterior publicado recientemente en este mismo blog describí en detalle un ejemplar concreto de espada de montar perteneciente a un guardia de dicho cuerpo en tiempos de Carlos IV, situándola previamente en su contexto histórico.

Fig. 1 Espada de Guardia de Corps, 1.789

Ya entonces comenté que, lamentablemente, la guarnición de dicha espada carecía de uno de sus gavilanes, el de parada o exterior, lo que, sin detraer en nada su valor histórico, sí que menoscababa su aspecto estético, apreciado junto al anterior por todo aficionado al arma antigua. Por parte de varias personas se me sugirió algo que, aunque yo ya había considerado, no acababa de decidirme a hacer: restaurar este elemento y devolver a esta espada una apariencia más próxima a la original.

Toda intervención sobre una antigüedad debe ser un acto meditado. Y la decisión no fue sencilla: una restauración de este tipo implica añadir un elemento no original a una pieza antigua, lo que de por sí es discutible, pero además puede suponer la modificación, y en algunos casos sustitución, de alguno de sus componentes originales. Yo estaba dispuesto a aceptar lo primero, pero en modo alguno quería someter a esta vieja espada a alguna alteración de sus partes.

En el caso que nos ocupa la pieza perdida podía ser recreada con bastante exactitud, puesto que debió ser prácticamente idéntica al gavilán superviviente. En estas espadas de guarnición de conchas esto es una regla casi sin excepción. Este fue uno de los motivos fundamentales para animarme en mi empeño: no se trataba de una restauración “creativa”, donde cabe la especulación sobre la adecuación y exactitud de los elementos que se reponen, sino que en este apartado podía trabajarse sobre seguro.

El otro punto, sin embargo, me preocupaba. Para fijar el nuevo gavilán a la guarnición, sería necesario algún tipo de manipulación sobre la pieza. Una alternativa, e histórica además, es la reparación con soldadura de latón mediante el uso de un soplete o lamparilla. El resultado suele ser bueno, pues la soldadura es resistente y la línea de unión es fina. Además, el mayor brillo del latón frente al hierro tiende a disimularse con la pátina que el primero va adquiriendo. Por otro lado, era un método habitual de reparación en época y se usaba asimismo en la confección de otros elementos, como las vainas de chapa de hierro, fabricadas con chapa soldada a todo su largo. Otro método para unir estas piezas delicadas es la soldadura de hilo, técnica reciente que no he podido verificar, pero de la que he recibido informes positivos.

No obstante, ambos métodos presentan un requisito que, al menos a mi juicio, los hace indeseables: es preciso desmontar completamente la espada, para evitar, entre otras cosas, que el puño en madera simplemente se queme, o que un calentamiento excesivo del conjunto lleve a deformaciones y posteriores holguras. Pero desmontar una espada antigua supone correr el riesgo de dañar algunas piezas, así como tener que rehacer el extremo de la espiga para que ésta pueda remacharse de nuevo. Además, la alteración del remachado original es bastante evidente.

En este punto de la historia apareció Leonardo Daneluz, magnífico espadero y amigo, quien desde su Argentina natal me sugirió una posible solución.

El método a seguir

Veamos el estado inicial de la pieza y el defecto a restaurar. A continuación, una imagen de la guarnición de la espada en la que se aprecia la rotura:

Fig.2 Reverso de la guarnición previa a la restauración

Al ver el lugar de la rotura del gavilán, justo en su arranque, ente la patilla y el guardamano, Leonardo me sugirió lo siguiente: hacer un gavilán nuevo provisto de un tetón o espiga corta en su extremo, de un grosor tal que pudiese encajar en un pequeño taladro practicado en el plano de la rotura.  

Practicado con cuidado, este pequeño taladro, de unos 3 mm de diámetro, no debía causar daño alguno a la pieza por suponer una modificación mínima de la misma, en una zona ya de por sí modificada por la propia rotura. Una vez el gavilán encajase de manera perfecta, una pequeña cantidad de algún adhesivo para metales debería mantenerlo en su sitio y proporcionar una unión resistente.

En adición a esto, Leonardo se ofreció gentil y desinteresadamente a realizar el gavilán para mi espada, en un gesto que le agradezco y valoro especialmente, dada la habilidad que ha demostrado como espadero en repetidas ocasiones.

Con esto terminaron de despejarse mis dudas, y decidí acometer la restauración. El interés de la pieza lo justificaba, los riesgos parecían asumibles, y el resultado debía ser el esperado, siempre que se operase con prudencia.

El proceso

El estado de la guarnición era sólido en general, con una rotura bastante limpia en la zona próxima al arranque del guardamano, según hemos visto en las figuras anteriores.

El primer paso consistía, evidentemente, en procurarse un nuevo gavilán, lo más similar posible al que aún se conserva. Tomé medidas y fotografías de detalle que, convenientemente acotadas, pudiesen servir de guía a Leonardo para hacer la pieza con un océano de distancia entre ambos. Como es su costumbre, Leonardo realizó la pieza completamente a mano, en un espléndido trabajo de forja y lima, para recrear el moldurado del extremo del gavilán y su sección, que suavemente pasa de ser aproximadamente octogonal, en el extremo más alejado, a romboidal, conforme se aproxima a su unión con el resto de la guarnición, entre la patilla y el guardamano. Todo con las ligeras irregularidades que confieren a la pieza el sabor de lo hecho a mano, tal y como se fabricó, allá por el siglo XVIII, la espada a la que debía unirse. El resultado final que llegó a mis manos fue éste:

Fig.3 El nuevo gavilán, realizado por Leonardo Daneluz

Como se aprecia, la pieza guarda una gran similitud con el gavilán conservado en la espada, aunque sin ser completamente idéntico, lo que lo hacía perfecto para nuestro propósito. Un buen trabajo, desde luego.

El siguiente paso fue someter al gavilán a un proceso de envejecimiento que le confiriese un aspecto externo más acorde con el resto de la guarnición. No se trataba de ocultar la restauración, pues ésta siempre será fácilmente detectable con un mínimo examen, sino de que el conjunto final resultase armónico y coherente a la vista.

Para este proceso de envejecimiento se utilizó una mezcla de carácter oxidante vaporizada sobre la pieza, a la que se le permitió actuar durante unas horas antes de proceder a una limpieza muy leve. Tras observar el resultado, el proceso se repitió tantas veces como se consideró necesario, hasta alcanzar un aspecto similar al de la guarnición de la espada en términos de oxidación (leve picado y manchas irregulares). A continuación se consolidó el óxido, obteniéndose el siguiente aspecto envejecido:

Fig.4 El nuevo gavilán, tras el proceso de envejecido

Como puede verse, aunque el patrón de manchas es adecuado, el fondo de la pieza presenta un color demasiado claro. La solución para lograr ahora un oscurecimiento uniforme es proceder a un ligero pavonado. Con ello adquiere el siguiente aspecto:

Fig.5 Aspecto final del gavilán, tras el proceso de pavonado

Terminados los trabajos con el gavilán, el siguiente objetivo era la guarnición, en el paso más delicado de todo el proceso. En el punto de unión era necesario practicar un taladro de 3 mm de diámetro por 7 de fondo. Estas medidas no parecían comprometer la solidez de la guarnición, siempre y cuando el taladro se realizase con cierta precisión. Para ello, una vez sujeta la espada convenientemente en un banco de trabajo, se marcó la pieza con un punzón, y se utilizó de forma sucesiva una broca de 2 mm, otra de 2,5 y, finalmente, una tercera de 3 mm para terminar el taladro con el diámetro y profundidad previstos (fig. 6).

Fig.6 Aspecto del taladro en la guarnición


Una vez hecho esto, sólo fue necesario retocar poco a poco, con una lima fina para metal, la pequeña espiga del gavilán, hasta lograr que encajase, sin holgura, en el taladro. Tras ello se aplicó un fina capa de “soldadura en frío” epoxídica (tipo Nural 21 ó 27) en la superficie de la espiga y la base de la misma, procediendo a introducirla en su posición golpeando suavemente con un mazo de goma. Es muy importante aquí la correcta alineación de las aristas de la pieza y retirar el sobrante del adhesivo, cosa que una vez fraguado será muy difícil de hacer, por su gran dureza. El aspecto de la pieza en ese momento, con el nuevo gavilán ya en posición, era el que se muestra aquí:



Fig.7 Reverso de la guarnición, el gavilán ya montado

Aunque con alguna dificultad, podemos ver en la imagen de detalle que la fina línea de adhesivo visible (inevitable por las irregularidades de las superficies a unir) presentaba un color grisáceo más claro. Como esto me resultaba algo molesto, me permití la vieja licencia de aplicar una fina capa de betún de Judea con un pincel, cuidando de no excederme y retirando sobrantes con un algodón. Una vez seco resulta bastante estable, y su adhesión es buena, simulando una zona de óxido:


Fig.8 Vista anterior, unión retocada con betún de Judea

Aunque estos planos de detalle muestran una transición entre el acabado original y el envejecido, el resultado percibido a la distancia habitual de contemplación de la pieza resulta bastante convincente. El resultado final del trabajo es, por tanto, el que se muestra en estas vistas más generales. En ellas se aprecia que el gavilán no es completamente perpendicular a la hoja. Conscientemente se ha tratado de alinearlo con el gavilán del lado opuesto, con lo que se respeta la inclinación general de la guarnición. De ello resulta una apariencia quizá imperfecta, pero más coherente con la antigüedad de esta espada.



Fig.9 y 10 Resultado final de la restauración, anverso y reverso

Conclusiones

En estas breves líneas he tratado de exponer tanto las motivaciones, como el proceso y resultados finales de un ejemplo de restauración de una pieza en la que, aunque se ha tratado de recuperar parte del aspecto original de la misma, no se ha buscado borrar las trazas que el tiempo deja en toda espada. Esto es, se ha respetado su pátina original, y se ha envejecido el elemento añadido para aminorar cualquier efecto discordante. No obstante, la restauración puede ser detectada a simple vista tras un somero examen, ya que el objetivo nunca ha sido ocultarla por completo.

En cualquier caso, mi intención ha sido simplemente el mejorar la presentación de una pieza de indudable interés histórico, tratando a la vez de ser lo más respetuoso posible con la propia historia que esta espada atesora.

ã Juan José Pérez, 2005-2016

sábado, 16 de abril de 2016

Espadas de los Reales Guardias de Corps


Introducción: Apuntes históricos sobre las Reales Guardias de Corps.

Pese a la existencia de antecedentes históricos de guardias personales de los monarcas españoles desde la baja edad media, puede decirse que las Reales Guardias de Corps, en un sentido moderno, fueron creadas de manera formal el día 12 de junio de 1704 por Felipe V, como una de las primeras decisiones adoptadas dentro de un proceso de reorganización de la Caballería española, y en general de la estructura de todo el ejército. Las Guardias de Corps eran parte integrante de los cuerpos montados de la Guardia Real, que incluía además la Guardia Exterior a Caballo y más tarde, en 1730, la Brigada de Carabineros Reales. Los R. G. de Corps no sólo actuaban como guardia de Palacio, siguiendo estrechamente al Rey en sus desplazamientos entre Reales Sitios, sino que además tomaron una parte muy activa en diversas campañas de la Guerra de Sucesión, actuando como núcleo de élite del Ejército Real.

El 28 de septiembre del mismo año (1704), una Real Orden fija su fuerza y sueldos. Se compone de cuatro compañías (dos españolas, una italiana y otra walona), cada una con 194 guardias, 20 oficiales y mandos y 16 hombres de personal de apoyo. Un total aproximado de 920 hombres.

En 1716, ya finalizada la Guerra de Sucesión y dentro de un proceso general de reducción del Ejército Real, se cuentan sólo dos compañías (una española y otra italiana).

Fig. 0 Portaestandarte de la Compañía Flamenca, hacia 1760

Mucho más tarde, ya en época de Carlos III, se elevará su fuerza a tres compañías, llamadas respectivamente española, italiana y flamenca. Su hijo, Carlos IV, crea una cuarta compañía con nobles y gente de ultramar, la compañía americana, en 1793. Cada una de las compañías tiene ahora 184 guardias, 10 oficiales, 31 mandos intermedios y 7 hombres de apoyo, lo que resulta en 928 hombres en el total de su fuerza. De nuevo, una situación muy semejante a la de su fundación en tiempos de su antepasado, Felipe V.

No obstante, en 1807 se suprimen todas las compañías "extranjeras", quedando sólo la española. Ya bajo el reinado de Fernando VII adquieren el nombre de "Guardias de la Real Persona", y se convertirán poco a poco en lo que hoy día conocemos como Guardia Real.

Baste para destacar la importancia social de los miembros de estas Guardias de Corps que el acceso a un puesto de simple Guardia requería del aval de personas influyentes ante la Corte, y que los Capitanes de las compañías solían ser miembros de la nobleza. Personajes de la importancia histórica de Godoy comenzaron su ascensión en la corte alistándose, previa recomendación, como Guardias de Corps. Paradojas de la vida, las Reales Guardias de Corps tuvieron un principal papel en los sucesos de Aranjuez que contribuyeron a su caída, al permanecer siempre estrictamente fieles a la persona del Rey y su política.

El armamento de este cuerpo era el propio de la Caballería, es decir:
  • Guardias: espada, dos pistolas, carabina.
  • Oficiales: espada, dos pistolas.
Según las Ordenanzas, su armamento era del mismo tipo que la Caballería, pero de mejores calidades y acabado, y marcado de forma conveniente como perteneciente al Cuerpo. Por lo tanto, cabe suponer que las espadas de los Guardias eran, en principio, del modelo 1728 de Caballería, de guarnición de conchas, y eso confirma efectivamente el ejemplar que examinaremos a continuación. No obstante, en los fondos del Museo del Ejército, hoy en Toledo, hay una espada con empuñadura del modelo 1799 (ó 1803, según los autores) en forma de semicesta en hierro, y hoja sin recazo de doble filo corrido, marcada como "Rs Gs D CORPS". Asimismo he podido localizar un ejemplar posterior, ya de la época de Fernando VII, marcado como "Guardias de la Persona del Rey", con guarnición de latón de tres gavilanes, semejante a la del modelo 1815 de Caballería de Línea. Esto indica que en efecto se seguía aproximadamente la evolución de los modelos de espadas para la Caballería. Las espadas de los oficiales, aunque en general cercanas al modelo, podían presentar fuertes diferencias.

Una espada de Guardia de Corps


A continuación vamos a describir en detalle un ejemplo de espada de Guardia de Corps de la época de Carlos IV que he podido examinar. Se trata de una espada con guarnición de conchas, en bastante buen estado salvo por la ausencia de uno de los gavilanes, el anterior, posiblemente perdido en alguna acción de parada durante la vida activa de esta pieza.

A continuación se muestra la espada en su conjunto:

Fig. 1 Espada de Guardia de Corps, 1.789

Como puede apreciarse se trata de una espada de proporciones elegantes, con una hoja recta a tres mesas y doble filo corrido en toda su longitud, que presenta una corta bigotera u hombro realzado en su arranque.


Es necesario señalar que, dado el interés de la pieza, esta espada fue restaurada con posteridad a estas imágenes, para reponer el gavilán ausente. De ello se dará cuenta en un nuevo artículo.

La guarnición

La guarnición presenta una concha exterior de amplias dimensiones, junto a una menor por el interior, ambas presentando una ligera decoración lineal en el borde. Está sostenido el conjunto mediante dos patillas, que forman un círculo de dimensiones similares a la concha menor, y una placa decorada (llamada a veces también bigotera) atravesada por la hoja, que une el extremo de las patillas y a la que están sujetas las conchas mediante cuatro remaches(véase la figura 4).


Fig. 2 Anverso de la guarnición mostrando la concha mayor


Fig. 3 Reverso de la guarnición, mostrando el gavilán y guardamano

Originalmente con dos gavilanes rectos, conserva intacto uno de ellos junto al guardamano. Ambos presentan una decoración torneada de bastante calidad, detalle éste que no se encuentra habitualmente en los modelos de tropa equivalentes de la caballería convencional. El bloque de unión de los gavilanes presenta también una decoración lineal limpiamente ejecutada.

Fig. 4 Interior de la guarnición, mostrando la bigotera y las patillas

El puño, entre dos anillos o virolas, está enteramente alambrado, mediante un triple torzal en dos medidas diferentes de alambre, que por la calidad de su ejecución podría ser perfectamente original. El pomo presenta una forma ligeramente elipsoidal asimétrica, presentando un aspecto casi semiesférico. Termina por la base en una escocia que se apoya en la virola superior. El remache de la hoja en el pomo no muestra signos de haber sido alterado en fechas recientes, presentando una superficie suave y uniforme. No hay marcas en el pomo u otras partes cualesquiera de la guarnición, que se presenta firmemente solidaria a la hoja.

Indicar finalmente que es difícil saber si los gavilanes de esta guarnición fueron efectivamente rectos en origen, ya que el hoy presente pudo haber sido enderezado, aunque no muestra síntomas definitivos de ello. He podido ver otro ejemplar con ambos gavilanes doblados en sentidos opuestos (como preconiza el modelo 1728 de espada de caballería), pero con todo el aspecto de haber sido retocados a posteriori. No podemos hacer afirmaciones, por tanto, sobre si las guarniciones de las espadas de Guardia de Corps se fabricaban con los gavilanes rectos o curvados, aunque esto último sería lo más lógico por similitud al modelo de la caballería.

Marcas en la hoja.

La hoja de esta espada presenta abundancia de marcas, como es de esperar en un ejemplar destinado a un cuerpo muy específico y de importante relevancia.

En el tercio fuerte, la hoja está grabada en el anverso con una inscripción que reza: * RL. FA. D. To 1.789 * , según se muestra en la siguiente serie de imágenes.

Fig. 5, 6 y 7 Marcas en el anverso de la hoja

Esta inscripción, además de fechar la hoja, nos indica que fue construida en la Real Fábrica de Toledo, fundada por Carlos III en 1761, y por lo tanto nos encontramos ante un producto de la primera época de esta factoría, realizado mediante foja tradicional española por soldado de tejas de acero sobre núcleo de hierro dulce. Por otro lado, cabe señalar que Carlos IV accedió al trono en 1788, por lo que esta espada fue producida en su segundo año de reinado, posiblemente destinada a la ampliación del contingente que se produjo en los años inmediatamente posteriores, como se ha indicado en la introducción.

Por la cara interior la hoja presenta la siguiente inscripción, que la asocia de manera ineludible al cuerpo considerado: * RS. GS. D CORPS * Poco que comentar respecto a este marcado, que resulta suficientemente explícito en sí mismo. Sólo merece destacarse el método utilizado para marcar la hoja, mediante un punzonado aparentemente individual de los caracteres, seguramente previo al templado.

Fig. 8, 9 y 10 Marcas en el reverso de la hoja

Por último, si observamos el recazo de este ejemplar, podemos encontrar perfectamente definido el siguiente punzón de armero, consistente en tres símbolos:
Fig. 11 Punzón en el recazo

En realidad, y dado que nos encontramos ante un producto de la Fábrica de Toledo, se trata de un punzón de prueba perteneciente a un Maestro Examinador, miembro de su plantilla de expertos artesanos. Según las referencias disponibles, pudo pertenecer a D. Manuel Fernández, Primer Maestro Examinador de la Real fábrica por aquellas fechas. No obstante, he podido comprobar la presencia de un punzón diferente en otra espada de Guardia de Corps con hoja fechada en el mismo año (1789) que el caso que nos ocupa, lo que indica que o bien las hojas se fechaban y almacenaban sin probar, para posteriormente ser examinadas en un momento indeterminado (lo que no tiene demasiado sentido), o bien había al menos dos maestros examinando hojas al mismo tiempo, lo que resulta mucho más razonable, sobre todo si tenemos en cuenta que la producción anual de Toledo en aquel momento ya se acercaba a las 10.000 hojas anuales. Además, el proceso de prueba de una hoja comportaba una larga serie de operaciones (varias pruebas de flexión y de corte, con acicalados entre unas y otras) que consumirían un tiempo apreciable. Por lo tanto, cabe pensar que D. Manuel Fernández en efecto actuaría como primer examinador, y que otros maestros u operarios trabajarían en paralelo y se supone supervisados por él, imponiendo cada uno de ellos su propio punzón.

Incidentalmente, el punzón representado ha sido encontrado en una hoja de espada de caballería (montada con la guarnición del conocido como "modelo 1796") que ostenta la fecha de 1793, lo que encaja razonablemente con el periodo de actividad que estamos considerando.

Tabla de dimensiones

A continuación se muestran las principales medidas y pesos de esta espada, en forma de tabla:

Longitud hoja
834 mm
Ancho máx. hoja
35 mm
Grosor máx. hoja
6,5 mm
Longitud recazo
46 mm
Altura guarnición
165 mm (incluido el recazo)
Longitud gavilán
104 mm
Peso aprox.
940 gr
Punto de equilibrio aprox.
A 90 mm de la guarnición
Tabla 1. Dimensiones y pesos

Como puede apreciarse, se trata de una espada propia para el combate a caballo como primer cometido, aunque sus dimensiones contenidas (a modo de comparación hay ejemplares del modelo equivalente para el resto de la caballería, la espada de 1728, con hojas de hasta 900 mm) la pueden hacer apta para el combate pie a tierra en caso de necesidad. Si tomamos en consideración el peso, se trata de una espada bastante manejable. Baste tener en cuenta que algunos sables de tropa del primer tercio del siglo XIX superaban holgadamente los 1200 gr. de peso. El punto de equilibrio es el adecuado para favorecer su uso principal de estocada, sin que el posible corte quede demasiado mermado. No obstante debe considerarse que dicho punto originalmente debía hallarse algo más cercano a la guarnición, dada la pérdida de un gavilán.

Conclusiones

Hemos descrito en detalle las características de una espada concreta, aunque correspondiente sin duda a un modelo reglamentario para el uso de los miembros de las Reales Guardias de Corps. Antes de ello, se ha tratado de situar esta pieza en su justo contexto histórico, lo que permite justificar que, pese a tratarse de una espada destinada a la tropa, presente un nivel de acabado y calidad general propio de un cuerpo de especial relevancia. Quizá por esa razón nos encontramos ante una perfecta síntesis de funcionalidad y elegancia, aunque éstas sean características frecuentes en gran parte del armamento de punta y corte de la caballería española del siglo XVIII.

Referencias
  • BARCELÓ RUBÍ, Bernabé: Armamento Portátil Español 1.764-1.939. Ed. San Martín, Madrid, 1976.
  • BUENO, José María: Soldados de España. Autor-editor, Málaga, 1978.
  • CALVÓ, Juan L.: Armas blancas para tropa en la Caballería Española. Asociación El Cid, Barcelona, 1980.
  • GÓMEZ RUIZ, M., ALONSO JUANOLA, V: El Ejército de los Borbones. Publicaciones del Servicio Histórico Militar, Madrid, 1989.
  • GONZÁLEZ, Hilario: La Fábrica de Armas Blancas de Toledo. Librerías París-Valencia, 1996 (facsímil de la edición de 1889).
  • Ordenanzas Generales para la Infantería, Caballería y Dragones. R.O. de 12 de julio de 1728. Madrid.

ã Juan José Pérez, 2003-2016

viernes, 19 de febrero de 2016

Los Modelos de 1761: Espadas reglamentarias en la fundación de la Real Fábrica de Toledo.

Con el título "Armas Blancas Reglamentarias en la fundación de la Real Fábrica de Toledo: los Modelos de 1761", publiqué en el año 2007. en la Revista de Historia Militar, del Ministerio de Defensa, un artículo relativamente extenso sobre unos modelos para espadas de caballería, dragones e infantería, los del año 1761, que hasta aquel momento nadie había nombrado como tales, y cuya denominación y adopción pude justificar documentalmente. 

Efectivamente, los Modelos de 1761 para Caballería, Dragones e Infantería, contemporáneos estrictos de la fundación de la Fábrica de Toledo, adquieren carta de naturaleza reglamentaria por orden del Marqués de Esquilache, junto a un igualmente interesante método de producción y prueba de hojas de espada.

Es necesario destacar el esfuerzo de racionalización que estos modelos suponen, continuador del primer intento de la antigua Ordenanza de 1728, aunque lo superó en amplitud y profundidad. En efecto, se establece un tipo único de hoja en lo referente a distribución de filos y medidas de anchura, variando únicamente su longitud total y la ausencia de recazo en las de infantería. Se establece además un único tipo de vaina para las tres espadas, adaptándose lógicamente a la longitud de la hoja. 

Todo ello debió facilitar la organización inicial de la Fábrica, dirigiendo su producción de forma óptima a un conjunto muy reducido de modelos. Esto, por otra parte, facilitaba el control de calidad de las contratas de espaderos privados, a las que hubo de recurrirse inevitablemente en los primeros años de vida de dicho establecimiento, de lo que ha quedado suficiente constancia documental. 

En resumen, quise poner de relieve en mi artículo la importancia que para el pasado militar e industrial español supuso este general impulso de renovación, así como establecer para un conjunto de armas blancas de reglamento, algunas de ellas ya conocidas del aficionado y coleccionista, una datación más precisa y una propuesta de denominación, la de modelos de 1761, que parece ampliamente justificada. 

El artículo está disponible aquí (páginas 231 a 255), o bien accediendo directamente al documento del número 101 de la Revista de Historia Militar (aquí el PDF

                                                     ã Juan José Pérez, 2007-2016

lunes, 21 de diciembre de 2015

Conservación de Espadas Antiguas

Introducción.
El objeto fundamental de este artículo es el de servir de ayuda y breve guía al coleccionista o aficionado particular, con el fin de lograr una adecuada conservación y un buen aspecto expositivo de sus piezas, sin que esto suponga en ningún caso una depreciación de su valor histórico o material.
Por tanto, no es mi intención con lo que sigue abordar procedimientos de actuación propios de restauradores profesionales, conservadores de colecciones públicas, etc. Su casuística en cuanto a la naturaleza de las piezas con las que tratan, los medios y técnicas a su alcance, y la envergadura de los proyectos de restauración y conservación a los que tienen que hacer frente exceden claramente el ámbito de este trabajo.
En cualquier caso, y aunque trataré de proporcionar información que sea útil y ajustada a la realidad, deseo indicar expresamente lo siguiente: como autor de este artículo no puedo asumir responsabilidad alguna sobre posibles efectos indeseables o daños derivados de la aplicación de las técnicas que se van a describir en el mismo. Queda a la entera discreción del lector su aplicación en su caso particular, y asimismo dicho lector asume completamente la responsabilidad de los efectos que puedan producirse de dicha aplicación.
Un sable inglés Mod. 1803 para oficial de infantería, cuya limpieza debería dejarse a un experto: hoja pavonada, grabada al ácido y dorada. (Imagen cortesía de Lluc Sala)

Una espada o sable antiguos (y por "antiguo" tomo un sentido muy amplio del término) son objetos irremplazables. Esto es una verdad de perogrullo, pero a veces se pierde de vista. No es posible conseguir que alguien produzca otro igual, pues cualquier reproducción será algo enteramente distinto. Si una pieza resulta seriamente dañada, todos hemos perdido un elemento de nuestra historia común. Esto es algo que cualquier aficionado debe tener siempre muy presente.
Por ello, esta consideración debe presidir cualquier actuación sobre una pieza. La regla de oro es: ante la duda, no hacer nada. Es mucho mejor dejar un objeto antiguo tal y como lo encontramos, por malo que nos parezca el estado en que se halla, que arriesgarnos a dañarlo por utilizar una técnica inadecuada o que no dominemos suficientemente. Repito, si no estamos completamente seguros de lo que hacemos, no lo hagamos. Es tan simple como esto. Pensemos que en muchas ocasiones, esos objetos han llegado a nuestras manos sin que nadie haya cuidado de ellos especialmente durante muchos años, y aún así pueden encontrarse en un estado de conservación casi aceptable. El tiempo daña lentamente, el aficionado inconsciente lo hace de forma instantánea.
Otro aspecto a considerar es la disyuntiva restauración/conservación. Este artículo trata de ésta última, por varios motivos. En primer lugar, una restauración supone una intervención sobre la pieza más profunda, lo que conlleva un riesgo evidente de daño si no la realiza un profesional o persona con cierta experiencia. El daño puede provenir del uso de materiales inadecuados o inestables a largo plazo, o de la innecesaria sustitución de elementos originales, aunque dañados, por otros nuevos y quizá correctos en apariencia, pero ajenos por completo a la pieza y su historia.
En segundo lugar, el objetivo de una restauración es llevar a la pieza a su estado original, o cercano a éste. Y esto, desde un punto de vista filosófico, es algo ciertamente discutible. En campos como la pintura, parece que restaurar es la tendencia actualmente aceptada, aunque siempre quede quien dice que "el tiempo pinta", pero en el campo del armamento antiguo esto no está claro en absoluto. De hecho, en ciertos países la tendencia es justo la contraria, esto es, sólo la conservación es aceptable, mientras que en otros sólo se considera válida una restauración muy moderada de elementos no esenciales. Caso aparte es la tradición de la espada en países asiáticos, que se mueven por parámetros por completo ajenos a los que manejaremos aquí.
En mi opinión, lo antiguo no es nuevo, y de ahí su interés y valor. Tratar de que lo antiguo parezca nuevo es engañarse, por que no lo es. Y además, es no entender realmente en que consiste esta afición. Porque una espada antigua no es cualquier objeto. Es algo muy especial, tan especial que alguien, alguna vez, fió en ella la propia vida. Y eso, ante todo, merece respeto. Desde ese respeto se han escrito estas líneas.
¿Qué piezas no tratar?
Resulta útil en este punto decir a qué piezas no nos vamos a referir en éste artículo. Por sus peculiares características, estas armas requieren de unas técnicas o habilidades que están fuera del alcance del coleccionista medio, y por ello las excluimos expresamente:

  • Espadas procedentes de excavaciones, o de entornos acuáticos (lechos de ríos, lagos o mares, restos de naufragios).
  • Piezas de un gran valor, bien intrínseco (espadas-joya), o bien derivado de su rareza (por ejemplo, espadas medievales y anteriores, piezas atribuidas a grandes personalidades, etc.).
  • Hojas con decoración dorada o pavonada.
  • Guarniciones doradas al fuego o con tratamientos decorativos especiales (nielado, damasquinado, etc.).
  • Hojas de acero de damasco, bien auténtico o mecánico.
  • Hojas orientales, y muy especialmente las procedentes de la tradición japonesa.

Queda al buen criterio del lector añadir a esta lista cualquier otro caso que la prudencia aconseje. En estas situaciones, se impone el consejo de un profesional reconocido en el campo concreto del que se trate.
Limpieza de hojas de espada.
El primer paso de todo proceso de conservación es una adecuada limpieza. Por adecuada entendemos aquella limpieza que permite apreciar el objeto en todo su detalle, pero sin depreciar su valor. Esto es, debe ser suficiente, pero nunca excesiva. Hablando de hojas de espada, al menos debe ser capaz de eliminar completamente todo el óxido activo (de color rojizo), y parte del óxido antiguo ya estabilizado (de color oscuro y gran dureza).
Existen diversos medios para limpiar una hoja de espada, pero en general pueden clasificarse en químicos (incluyendo los electroquímicos en este apartado) y mecánicos. No intentaré ser exhaustivo, sino que en éste como en otros apartados me centraré en aquellos que he experimentado personalmente o de los que tengo referencias directas, tendiendo a ignorar el resto, por un criterio de prudencia.
Medios químicos.
En general recurren a alguna sustancia que ataca el óxido y suciedad de la hoja, en mayor medida que al acero del que está compuesta, a través de una reacción química. Normalmente, hablamos de ácidos o álcalis.
Suelen tratarse de procedimientos de limpieza rápidos y que suponen un esfuerzo muy ligero, lo que implica que los resultados no son siempre buenos. Ciertamente, resultan muy eficaces destruyendo el óxido, incluso el más endurecido, pero inevitablemente afectan al metal base de la hoja, pudiendo en el extremo hacer desaparecer una parte apreciable de él. Por ello, conviene utilizar ácidos suaves, de acción lenta, como el acético (presente en el vinagre) o cítrico (en el zumo de limón), que permitan controlar la exposición. Otros ácidos muy usados han sido el fosfórico y nítrico, aunque yo no los encuentro recomendables por demasiado agresivos. Sea cual sea el ácido que usemos, la superficie de la hoja tendrá un aspecto final oscuro y mate, con multitud de pequeños poros, un aspecto "cocido", como se le denomina entre los aficionados. Requerirá seguramente un pulido final. Por supuesto, cualquier inscripción o grabado en la hoja puede haberse visto afectado. Aparte de ello se han descrito ciertos procesos de hidrogenado del metal que hipotéticamente pueden conducir a su debilitamiento en tratamientos intensos. 
En caso de emplear una limpieza al ácido, nunca hay que perder de vista el tiempo de exposición, y conviene experimentar previamente sobre un hierro oxidado sin valor. Es necesario además lavar generosamente con agua tras el tratamiento, para evitar que el ácido siga actuando. Asimismo, habrá que proteger cuidadosamente mediante bolsas de plástico la guarnición, para evitar que los vapores ácidos la afecten. 
De hecho, estos métodos se suelen aplicar cuando se desmonta la espada, para así trabajar con la hoja sola. Esto ya es de por sí una mala idea, pues desmontar una espada siempre comporta el riesgo de dañar alguno de sus elementos. Por ello, y por todas las consideraciones anteriores, los métodos de limpieza puramente química no son convenientes en la mayoría de los casos.
Entre estos métodos puede incluirse el de la electrólisis. Al disponerse de un conjunto mayor de parámetros variables a voluntad (intensidad de la corriente, naturaleza y concentración del electrólito, etc.) es en teoría más controlable. No dispongo de experiencia sobre la misma, pero adolecería del problema anterior (desmontado de la pieza) y ello para mí ya la hace cuestionable.
Un sable español Modelo 1860 para caballería ligera, previo a su tratamiento.

Medios Mecánicos.

Son aquellos que llevan aparejada una acción mecánica sobre la superficie de la hoja, en forma de una fricción abrasiva. Ésta puede ser aplicada mediante herramientas eléctricas o manualmente, y es ésta última forma de trabajar, a mano, la que recomendamos aquí.
Cualquier limpieza abrasiva se basa en el principio de utilizar un material de limpieza que sea más duro que el óxido, a fin de erradicarlo, pero más blando que el acero de la hoja, a fin de no dañarlo. Éste es un compromiso muy delicado, y en la práctica debemos esperar la aparición de abrasiones en la hoja que, idealmente y si hemos aplicado correctamente el método, no deberían ser apreciables a simple vista. Especial precaución requieren los parches de óxido en superficies cromadas o niqueladas, metales ambos mucho más blandos que el acero, por lo que deberemos ser especialmente cuidadosos en su presencia y utilizar siempre los abrasivos más finos.
Antes de empezar, la hoja deberá quedar fijada apoyándose a todo lo largo de una de sus caras sobre una superficie plana, rígida y lo bastante grande, a fin de que toda ella siente bien y podamos presionar sin peligro. Si es preciso, la guarnición deberá quedar fuera de esta superficie, justo en el borde, pues lo importante es que la hoja entera quede descansando perfectamente sobre la superficie de trabajo. Deberíamos aumentar la seguridad sujetando la hoja mediante una sargenta o gato de carpintero, apretando sólo lo justo para que no pueda moverse o caerse, y cuidando de interponer un cartón rígido o pieza de madera entre la hoja y la garra de la sargenta.
El método más recomendable, y por el que deberíamos empezar siempre, es el uso de lana de acero de calibre "00" en presencia de aceite mineral ligero, nunca en seco. Aunque algunos recomiendan el uso de lanas de acero más finas (calibres 000 e inferiores) yo las encuentro tan delicadas que resultan demasiado lentas en su acción, y habiendo trabajado con la "00" no he encontrado problema de arañazos detectables, siempre que se use junto con algún lubricante, como queda dicho. 

Aunque pueda parecer una solución demasiado "casera", en el caso de que queramos ser más agresivos, como puede ser el ataque inicial a una capa de óxido consistente a la que la lana de acero no causa efecto, podemos recurrir al conocido estropajo "verde" de cocina, especialmente cómodo de utilizar si va montado sobre una esponja. Como en el caso anterior, nunca en seco, sino lubricado. No obstante, este tipo de estropajo deja marcas muy visibles sobre superficies de acero pulidas o bien cromados y niquelados, sobre los que nunca deberíamos utilizarlo.
Aceites adecuados para esta tarea pueden ser aquellos que incorporan disolventes volátiles y que por ello resultan limpios y más eficaces ablandando el óxido. Son aceites del tipo "3 en 1®" o "WD-40®". Como luego veremos, estos aceites sólo sirven para limpieza, dado que no son aptos para preservar las piezas de futura oxidación, por tender a evaporarse. Otro tipo de aceite muy útil, más económico y que sí puede cumplir esa doble función es el aceite mineral puro (parafina líquida). Se puede encontrar en comercios de menaje del hogar para su uso en tablas de cocinar, debido a que no es tóxico, por lo que también puede encontrarse en algunas farmacias, por sus propiedades laxantes. 
Siempre debemos frotar la hoja con la lana empapada en aceite, en sentido longitudinal, desde el recazo o bigotera hasta la punta. Es importante hacerlo así, tratando de evitar movimientos perpendiculares al eje de la hoja (de través). Esto hará que las siempre posibles, aunque leves, marcas que puedan quedar sean más difíciles de apreciar a simple vista. Graduaremos la presión ejercida según la necesidad, teniendo cuidado en dos casos: hojas grabadas y, sobre todo, hojas niqueladas o cromadas. En éste último caso un exceso de presión marcará el acabado de la hoja, más blando que el acero desnudo, y contribuirá a desgastar en exceso la capa de níquel o cromo, siempre delgada. 
Una vez limpia la hoja de este modo, le daremos una pasada con un paño generosamente humedecido con aceite limpio, y observaremos los resultados. El óxido activo debería haber desaparecido, aunque es posible que zonas con óxido más antiguo, o con picados, sigan siendo evidentes. Un método más eficaz, y que podremos utilizar a continuación si la situación lo requiere, es humedecer la lana con un limpiador para metales ligeramente abrasivo (tipo Sidol® líquido) en vez del aceite. Personalmente he obtenido muy buenos resultados con esta combinación de lana de acero y Sidol, por lo que me atrevo a recomendarlo. Contribuye a ablandar el óxido y usado correctamente (impidiendo que la lana se seque) no deja marcas sobre el acero.
Bien utilicemos aceite sólo o limpiametales, estos métodos no son rápidos. Deberemos repetir con paciencia su aplicación hasta que nos sintamos satisfechos con el aspecto de la pieza. No obstante, debemos evitar el uso de herramientas eléctricas para acelerar la tarea, pues aunque se utilicen cepillos abrasivos suaves, es realmente muy fácil dejar marcas de arañazos, a veces muy visibles y difíciles de eliminar posteriormente. Lo rápido nunca es bueno.
En cualquier caso, el toque final lo constituirá una limpieza con un trapo y aceite limpio, para retirar completamente cualquier residuo dejado por la lana y restos de aceites sucios o limpiametales.
El sable anterior, una vez limpiado por medios mecánicos manuales.
Limpieza de guarniciones.
Depende por completo del material en que esté realizada, que puede ser de muchos tipos. Para guarniciones de hierro o acero, prácticamente todo lo dicho para las hojas es de aplicación. 
Otro metal muy habitual en la fabricación de guarniciones ha sido siempre el bronce o, más frecuentemente, el latón. En ambos casos se obtienen buenos resultados con trapos humedecidos en limpiadores específicos para bronce o latón, aunque también he obtenido muy buenos resultados con un limpiador para plata y otros metales que se vende en forma de un algodón impregnado en disolventes. Si el nivel de suciedad depositada es muy elevado, puede utilizarse lana de acero muy fina (del 000) junto con alguno de estos limpiadores líquidos, nunca en seco. En cualquier caso se deben seguir las instrucciones que acompañan a estos productos. Existen alternativas, digamos, ecológicas, de acción más suave, como el vinagre con sal, pero requiere pasar un trapo húmedo para eliminar el ácido y secar bien después. 
Un par de comentarios en relación con las guarniciones de latón: en ocasiones estas guarniciones presentan abundancia de manchas oscuras de suciedad acumulada, o bien verdosas de óxido de cobre (verdigrís). En estos casos, resulta muy recomendable limpiarlas, pues el verdigrís acaba corroyendo sensiblemente el metal. Además, es un compuesto venenoso, por lo que deberemos obrar con precaución.

No obstante, otras veces el latón o bronce desarrollan una pátina algo más oscura que el metal original, pero uniforme y de aspecto antiguo y agradable. En estos casos debemos valorar si no merece la pena mantener la guarnición como está, pues además no siempre es coherente ver una guarnición brillante e impecable junto a una hoja de aspecto envejecido. En estos casos de pátina que queramos conservar, bastará limpiar la guarnición con alcohol de quemar, o a lo sumo, algo de acetona, a fin de retirar la suciedad superficial. Otra situación en la que debemos limitarnos a una limpieza muy ligera con alcohol es la de guarniciones doradas, bien al fuego o, más modernamente, de forma electrolítica. Una limpieza con limpiametales acabaría con el dorado, en todo o en parte. 
Si el puño es de madera, o está recubierto de cuero o piel de pez (zapa o lija), es necesario que los productos que usemos no entren en contacto con estos materiales, que podrían quedar con manchas permanentes. La madera podrá limpiarse cuidadosamente con un trapo ligeramente humedecido en agua, secando a continuación. Lo mismo vale para la piel de pez (de zapa o de lija), y para el cuero puede usarse con moderación alguna crema incolora de calidad, especialmente si ha sido formulada para cueros antiguos. En todo caso, nunca debemos usar aceites o grasas con un puño recubierto de cuero, pues podrían empaparlo en exceso y disolver o ablandar la cola que lo mantiene unido a la madera, con lo que podría despegarse. Si vemos que el cuero ya corre riesgo de desprenderse, o está fracturado con un aspecto frágil, es mejor no tocarlo en absoluto. 
Conservación.
El acero de las hojas de espadas antiguas, y el hierro de sus guarniciones y vainas, se oxidan. Es un hecho irremediable, un proceso que será tanto más rápido cuanto más húmedas sean las condiciones de conservación, pero siempre presente, incluso en los climas más secos. La única forma de frenar este proceso es aislar en lo posible la hoja de la humedad y el oxígeno del aire. 
Un método tradicional ha sido el de cubrir las hojas con una ligera capa de aceite o grasa. Este procedimiento no es nada recomendable para espadas antiguas, puesto que resulta sucio si pretendemos exponerlas, y además requiere de una vigilancia constante para que con el tiempo no queden descubiertas partes de la hoja que se podrían oxidar. Además el aceite tiende a capturar el polvo del ambiente, que con el tiempo puede, cuando la capa de aceite se retire, atraer la humedad a su vez y retenerla en la superficie de la hoja. 
Antiguamente se usó con alguna frecuencia la cosmolina, una grasa transparente procedente del petróleo que aunque secaba creando una película protectora, amarilleaba y con el tiempo resultaba desagradable a la vista. Cuando esto sucedía, resultaba muy difícil de limpiar. La vaselina pura daba resultados algo mejores, pero no del todo satisfactorios. 
Lo más recomendable en mi opinión y en la de muchos coleccionistas y conservadores es usar algún tipo de cera microcristalina. Este tipo de ceras, aplicadas en capas finas, secan formando una película transparente y resistente al tacto. Un tratamiento puede durar incluso años si la pieza no se manipula en exceso. Inmediatamente antes de aplicar la cera conviene limpiar la superficie a tratar con algún disolvente suave, como el alcohol de quemar. Esto eliminará restos de grasa que pudieran dificultar la adhesión de la cera. Algunas marcas comerciales de estos productos son "Renaissance Wax®", británica, y "Conservator's Wax®", canadiense. No conozco de equivalentes locales, aunque dichos productos pueden conseguirse con facilidad a través de la red. 
En cuanto al latón, puede protegerse de igual modo, con alguna de estas ceras. Sin embargo, si uno se limita a eliminar el polvo frotando de cuando en cuando con un paño suave y seco, el latón y el bronce van adquiriendo un tono algo más oscuro, aunque lustroso y agradable, que quizá resulta más adecuado en una pieza antigua. Siempre y cuando el clima no sea muy húmedo, en cuyo caso el uso de la cera sí es recomendable. 
Estas ceras microcristalinas ayudan también a conservar puños de madera, aunque algunas especialmente duras, como el ébano, no requieren otro tratamiento que pasarles un paño seco de cuando en cuando a fin de retirar el polvo. Esto último es válido también para los puños de hueso o asta. En cuanto a los puños recubiertos de cuero o zapa, me remito a lo dicho más arriba sobre su limpieza. 
Respecto de las vainas de cuero, es un asunto que depende mucho de la integridad y estabilidad del cuero. Si el cuero está en relativo buen estado, una crema incolora de las que antes comentábamos puede dar un buen resultado. Si su estado es más deficiente, un tratamiento con grasa para cueros puede ayudar a flexibilizarlo un poco. No se debe abusar de la grasa, lo lógico sería utilizarla como tratamiento inicial, y posteriormente, pasado algún tiempo, recurrir a la crema, también con moderación. No obstante, si el cuero se halla en un estado de gran fragilidad, o muy endurecido, lo más recomendable sería recurrir a un experto, o bien dejarlo como está y conservarlo aparte con cuidado. 
Almacenamiento y exposición.
Otro elemento importante son las condiciones de almacenamiento o exposición de las piezas. Lo ideal, caso de tenerlas expuestas, sería hacerlo tras un cristal, a fin de evitar la acumulación de polvo. Si no es posible, convendrá impedir que este polvo se acumule con alguna ligera limpieza cada cierto tiempo. 
En todo caso la temperatura debería oscilar en torno a los 20-25 grados, evitando lugares excesivamente calurosos. La humedad es otro factor importante, y un valor adecuado está entre el 45 y 60 %. Valores superiores pueden provocar condensación en las partes metálicas, y un valor inferior que los materiales orgánicos (madera, cuero, etc.) se resequen en exceso. El lugar de exposición o almacenamiento debe estar suficientemente ventilado, de nuevo para reducir el riesgo de condensación. 
Las piezas deben quedar siempre fuera del alcance de los niños o personas sin experiencia. En primer lugar, por el evidente riesgo para ellos, al manipular objetos cortantes y punzantes, y en segundo lugar porque un niño puede conseguir en diez minutos lo que el tiempo y lo avatares de la historia no han conseguido en siglos: destruir o dañar severamente una espada. 
Las espadas pueden conservarse en sus vainas si éstas son metálicas. En el caso de las de cuero suele recomendarse exhibirlas aparte, aunque en climas no demasiado húmedos, y tratándose de cuero viejo, no suelen dar mayores problemas. Pero en efecto, si la humedad es más alta de lo recomendable, las vainas de cuero pueden constituir un problema para la conservación de la hoja, y es mejor tenerlas aparte. 
A modo de costumbre, debemos comprobar el estado de nuestras piezas cada seis meses, aproximadamente, a fin de detectar si se está comenzando a formar algún tipo de óxido, u otros problemas, y así poder actuar a tiempo. 
Una última precaución, en el caso de que las piezas se cuelguen de paredes o paneles, es no utilizar soportes metálicos, o al menos impedir que entren en contacto directo con partes metálicas de las armas. Si esto sucediese, pueden generarse pares electroquímicos que pueden llevar a una corrosión acelerada en los puntos de contacto, de nuevo más agresiva en climas húmedos. El aluminio, en contacto con el acero o hierro, es especialmente peligroso. 
Conclusión.
Una espada es un arma cuyos elementos se componen de materiales muy diversos, cuya limpieza y conservación plantea problemas diferenciados. En este artículo se ha tratado de abordar aquellos cuya presencia es más común en las piezas habituales. En este aspecto es recomendable repasar el apartado en el que se indicaban aquellas piezas no tratadas aquí, las que por sus especiales características pueden requerir de la asistencia de un experto en restauración de armas blancas. 
El objetivo no es siempre el de devolver la pieza a un estado impecable, inmaculado, pues se trata, al fin y al cabo, de una antigüedad que ha atravesado generaciones hasta llegar a nuestras manos. Nuestra intención debería ser devolver al objeto a un estado que garantice su conservación y que al mismo tiempo permita apreciarlo en todo su valor. A la hora de aproximarse a este tipo de antigüedades, la prudencia será siempre nuestra mejor consejera, y será quien nos ayude a disfrutar de nuestra colección, a la par que hacerla llegar a las generaciones venideras en el mejor de los estados posibles.

ã Juan José Pérez, 2011-2015