lunes, 21 de diciembre de 2015

Conservación de Espadas Antiguas

Introducción.
El objeto fundamental de este artículo es el de servir de ayuda y breve guía al coleccionista o aficionado particular, con el fin de lograr una adecuada conservación y un buen aspecto expositivo de sus piezas, sin que esto suponga en ningún caso una depreciación de su valor histórico o material.
Por tanto, no es mi intención con lo que sigue abordar procedimientos de actuación propios de restauradores profesionales, conservadores de colecciones públicas, etc. Su casuística en cuanto a la naturaleza de las piezas con las que tratan, los medios y técnicas a su alcance, y la envergadura de los proyectos de restauración y conservación a los que tienen que hacer frente exceden claramente el ámbito de este trabajo.
En cualquier caso, y aunque trataré de proporcionar información que sea útil y ajustada a la realidad, deseo indicar expresamente lo siguiente: como autor de este artículo no puedo asumir responsabilidad alguna sobre posibles efectos indeseables o daños derivados de la aplicación de las técnicas que se van a describir en el mismo. Queda a la entera discreción del lector su aplicación en su caso particular, y asimismo dicho lector asume completamente la responsabilidad de los efectos que puedan producirse de dicha aplicación.
Un sable inglés Mod. 1803 para oficial de infantería, cuya limpieza debería dejarse a un experto: hoja pavonada, grabada al ácido y dorada. (Imagen cortesía de Lluc Sala)

Una espada o sable antiguos (y por "antiguo" tomo un sentido muy amplio del término) son objetos irremplazables. Esto es una verdad de perogrullo, pero a veces se pierde de vista. No es posible conseguir que alguien produzca otro igual, pues cualquier reproducción será algo enteramente distinto. Si una pieza resulta seriamente dañada, todos hemos perdido un elemento de nuestra historia común. Esto es algo que cualquier aficionado debe tener siempre muy presente.
Por ello, esta consideración debe presidir cualquier actuación sobre una pieza. La regla de oro es: ante la duda, no hacer nada. Es mucho mejor dejar un objeto antiguo tal y como lo encontramos, por malo que nos parezca el estado en que se halla, que arriesgarnos a dañarlo por utilizar una técnica inadecuada o que no dominemos suficientemente. Repito, si no estamos completamente seguros de lo que hacemos, no lo hagamos. Es tan simple como esto. Pensemos que en muchas ocasiones, esos objetos han llegado a nuestras manos sin que nadie haya cuidado de ellos especialmente durante muchos años, y aún así pueden encontrarse en un estado de conservación casi aceptable. El tiempo daña lentamente, el aficionado inconsciente lo hace de forma instantánea.
Otro aspecto a considerar es la disyuntiva restauración/conservación. Este artículo trata de ésta última, por varios motivos. En primer lugar, una restauración supone una intervención sobre la pieza más profunda, lo que conlleva un riesgo evidente de daño si no la realiza un profesional o persona con cierta experiencia. El daño puede provenir del uso de materiales inadecuados o inestables a largo plazo, o de la innecesaria sustitución de elementos originales, aunque dañados, por otros nuevos y quizá correctos en apariencia, pero ajenos por completo a la pieza y su historia.
En segundo lugar, el objetivo de una restauración es llevar a la pieza a su estado original, o cercano a éste. Y esto, desde un punto de vista filosófico, es algo ciertamente discutible. En campos como la pintura, parece que restaurar es la tendencia actualmente aceptada, aunque siempre quede quien dice que "el tiempo pinta", pero en el campo del armamento antiguo esto no está claro en absoluto. De hecho, en ciertos países la tendencia es justo la contraria, esto es, sólo la conservación es aceptable, mientras que en otros sólo se considera válida una restauración muy moderada de elementos no esenciales. Caso aparte es la tradición de la espada en países asiáticos, que se mueven por parámetros por completo ajenos a los que manejaremos aquí.
En mi opinión, lo antiguo no es nuevo, y de ahí su interés y valor. Tratar de que lo antiguo parezca nuevo es engañarse, por que no lo es. Y además, es no entender realmente en que consiste esta afición. Porque una espada antigua no es cualquier objeto. Es algo muy especial, tan especial que alguien, alguna vez, fió en ella la propia vida. Y eso, ante todo, merece respeto. Desde ese respeto se han escrito estas líneas.
¿Qué piezas no tratar?
Resulta útil en este punto decir a qué piezas no nos vamos a referir en éste artículo. Por sus peculiares características, estas armas requieren de unas técnicas o habilidades que están fuera del alcance del coleccionista medio, y por ello las excluimos expresamente:

  • Espadas procedentes de excavaciones, o de entornos acuáticos (lechos de ríos, lagos o mares, restos de naufragios).
  • Piezas de un gran valor, bien intrínseco (espadas-joya), o bien derivado de su rareza (por ejemplo, espadas medievales y anteriores, piezas atribuidas a grandes personalidades, etc.).
  • Hojas con decoración dorada o pavonada.
  • Guarniciones doradas al fuego o con tratamientos decorativos especiales (nielado, damasquinado, etc.).
  • Hojas de acero de damasco, bien auténtico o mecánico.
  • Hojas orientales, y muy especialmente las procedentes de la tradición japonesa.

Queda al buen criterio del lector añadir a esta lista cualquier otro caso que la prudencia aconseje. En estas situaciones, se impone el consejo de un profesional reconocido en el campo concreto del que se trate.
Limpieza de hojas de espada.
El primer paso de todo proceso de conservación es una adecuada limpieza. Por adecuada entendemos aquella limpieza que permite apreciar el objeto en todo su detalle, pero sin depreciar su valor. Esto es, debe ser suficiente, pero nunca excesiva. Hablando de hojas de espada, al menos debe ser capaz de eliminar completamente todo el óxido activo (de color rojizo), y parte del óxido antiguo ya estabilizado (de color oscuro y gran dureza).
Existen diversos medios para limpiar una hoja de espada, pero en general pueden clasificarse en químicos (incluyendo los electroquímicos en este apartado) y mecánicos. No intentaré ser exhaustivo, sino que en éste como en otros apartados me centraré en aquellos que he experimentado personalmente o de los que tengo referencias directas, tendiendo a ignorar el resto, por un criterio de prudencia.
Medios químicos.
En general recurren a alguna sustancia que ataca el óxido y suciedad de la hoja, en mayor medida que al acero del que está compuesta, a través de una reacción química. Normalmente, hablamos de ácidos o álcalis.
Suelen tratarse de procedimientos de limpieza rápidos y que suponen un esfuerzo muy ligero, lo que implica que los resultados no son siempre buenos. Ciertamente, resultan muy eficaces destruyendo el óxido, incluso el más endurecido, pero inevitablemente afectan al metal base de la hoja, pudiendo en el extremo hacer desaparecer una parte apreciable de él. Por ello, conviene utilizar ácidos suaves, de acción lenta, como el acético (presente en el vinagre) o cítrico (en el zumo de limón), que permitan controlar la exposición. Otros ácidos muy usados han sido el fosfórico y nítrico, aunque yo no los encuentro recomendables por demasiado agresivos. Sea cual sea el ácido que usemos, la superficie de la hoja tendrá un aspecto final oscuro y mate, con multitud de pequeños poros, un aspecto "cocido", como se le denomina entre los aficionados. Requerirá seguramente un pulido final. Por supuesto, cualquier inscripción o grabado en la hoja puede haberse visto afectado. Aparte de ello se han descrito ciertos procesos de hidrogenado del metal que hipotéticamente pueden conducir a su debilitamiento en tratamientos intensos. 
En caso de emplear una limpieza al ácido, nunca hay que perder de vista el tiempo de exposición, y conviene experimentar previamente sobre un hierro oxidado sin valor. Es necesario además lavar generosamente con agua tras el tratamiento, para evitar que el ácido siga actuando. Asimismo, habrá que proteger cuidadosamente mediante bolsas de plástico la guarnición, para evitar que los vapores ácidos la afecten. 
De hecho, estos métodos se suelen aplicar cuando se desmonta la espada, para así trabajar con la hoja sola. Esto ya es de por sí una mala idea, pues desmontar una espada siempre comporta el riesgo de dañar alguno de sus elementos. Por ello, y por todas las consideraciones anteriores, los métodos de limpieza puramente química no son convenientes en la mayoría de los casos.
Entre estos métodos puede incluirse el de la electrólisis. Al disponerse de un conjunto mayor de parámetros variables a voluntad (intensidad de la corriente, naturaleza y concentración del electrólito, etc.) es en teoría más controlable. No dispongo de experiencia sobre la misma, pero adolecería del problema anterior (desmontado de la pieza) y ello para mí ya la hace cuestionable.
Un sable español Modelo 1860 para caballería ligera, previo a su tratamiento.

Medios Mecánicos.

Son aquellos que llevan aparejada una acción mecánica sobre la superficie de la hoja, en forma de una fricción abrasiva. Ésta puede ser aplicada mediante herramientas eléctricas o manualmente, y es ésta última forma de trabajar, a mano, la que recomendamos aquí.
Cualquier limpieza abrasiva se basa en el principio de utilizar un material de limpieza que sea más duro que el óxido, a fin de erradicarlo, pero más blando que el acero de la hoja, a fin de no dañarlo. Éste es un compromiso muy delicado, y en la práctica debemos esperar la aparición de abrasiones en la hoja que, idealmente y si hemos aplicado correctamente el método, no deberían ser apreciables a simple vista. Especial precaución requieren los parches de óxido en superficies cromadas o niqueladas, metales ambos mucho más blandos que el acero, por lo que deberemos ser especialmente cuidadosos en su presencia y utilizar siempre los abrasivos más finos.
Antes de empezar, la hoja deberá quedar fijada apoyándose a todo lo largo de una de sus caras sobre una superficie plana, rígida y lo bastante grande, a fin de que toda ella siente bien y podamos presionar sin peligro. Si es preciso, la guarnición deberá quedar fuera de esta superficie, justo en el borde, pues lo importante es que la hoja entera quede descansando perfectamente sobre la superficie de trabajo. Deberíamos aumentar la seguridad sujetando la hoja mediante una sargenta o gato de carpintero, apretando sólo lo justo para que no pueda moverse o caerse, y cuidando de interponer un cartón rígido o pieza de madera entre la hoja y la garra de la sargenta.
El método más recomendable, y por el que deberíamos empezar siempre, es el uso de lana de acero de calibre "00" en presencia de aceite mineral ligero, nunca en seco. Aunque algunos recomiendan el uso de lanas de acero más finas (calibres 000 e inferiores) yo las encuentro tan delicadas que resultan demasiado lentas en su acción, y habiendo trabajado con la "00" no he encontrado problema de arañazos detectables, siempre que se use junto con algún lubricante, como queda dicho. 

Aunque pueda parecer una solución demasiado "casera", en el caso de que queramos ser más agresivos, como puede ser el ataque inicial a una capa de óxido consistente a la que la lana de acero no causa efecto, podemos recurrir al conocido estropajo "verde" de cocina, especialmente cómodo de utilizar si va montado sobre una esponja. Como en el caso anterior, nunca en seco, sino lubricado. No obstante, este tipo de estropajo deja marcas muy visibles sobre superficies de acero pulidas o bien cromados y niquelados, sobre los que nunca deberíamos utilizarlo.
Aceites adecuados para esta tarea pueden ser aquellos que incorporan disolventes volátiles y que por ello resultan limpios y más eficaces ablandando el óxido. Son aceites del tipo "3 en 1®" o "WD-40®". Como luego veremos, estos aceites sólo sirven para limpieza, dado que no son aptos para preservar las piezas de futura oxidación, por tender a evaporarse. Otro tipo de aceite muy útil, más económico y que sí puede cumplir esa doble función es el aceite mineral puro (parafina líquida). Se puede encontrar en comercios de menaje del hogar para su uso en tablas de cocinar, debido a que no es tóxico, por lo que también puede encontrarse en algunas farmacias, por sus propiedades laxantes. 
Siempre debemos frotar la hoja con la lana empapada en aceite, en sentido longitudinal, desde el recazo o bigotera hasta la punta. Es importante hacerlo así, tratando de evitar movimientos perpendiculares al eje de la hoja (de través). Esto hará que las siempre posibles, aunque leves, marcas que puedan quedar sean más difíciles de apreciar a simple vista. Graduaremos la presión ejercida según la necesidad, teniendo cuidado en dos casos: hojas grabadas y, sobre todo, hojas niqueladas o cromadas. En éste último caso un exceso de presión marcará el acabado de la hoja, más blando que el acero desnudo, y contribuirá a desgastar en exceso la capa de níquel o cromo, siempre delgada. 
Una vez limpia la hoja de este modo, le daremos una pasada con un paño generosamente humedecido con aceite limpio, y observaremos los resultados. El óxido activo debería haber desaparecido, aunque es posible que zonas con óxido más antiguo, o con picados, sigan siendo evidentes. Un método más eficaz, y que podremos utilizar a continuación si la situación lo requiere, es humedecer la lana con un limpiador para metales ligeramente abrasivo (tipo Sidol® líquido) en vez del aceite. Personalmente he obtenido muy buenos resultados con esta combinación de lana de acero y Sidol, por lo que me atrevo a recomendarlo. Contribuye a ablandar el óxido y usado correctamente (impidiendo que la lana se seque) no deja marcas sobre el acero.
Bien utilicemos aceite sólo o limpiametales, estos métodos no son rápidos. Deberemos repetir con paciencia su aplicación hasta que nos sintamos satisfechos con el aspecto de la pieza. No obstante, debemos evitar el uso de herramientas eléctricas para acelerar la tarea, pues aunque se utilicen cepillos abrasivos suaves, es realmente muy fácil dejar marcas de arañazos, a veces muy visibles y difíciles de eliminar posteriormente. Lo rápido nunca es bueno.
En cualquier caso, el toque final lo constituirá una limpieza con un trapo y aceite limpio, para retirar completamente cualquier residuo dejado por la lana y restos de aceites sucios o limpiametales.
El sable anterior, una vez limpiado por medios mecánicos manuales.
Limpieza de guarniciones.
Depende por completo del material en que esté realizada, que puede ser de muchos tipos. Para guarniciones de hierro o acero, prácticamente todo lo dicho para las hojas es de aplicación. 
Otro metal muy habitual en la fabricación de guarniciones ha sido siempre el bronce o, más frecuentemente, el latón. En ambos casos se obtienen buenos resultados con trapos humedecidos en limpiadores específicos para bronce o latón, aunque también he obtenido muy buenos resultados con un limpiador para plata y otros metales que se vende en forma de un algodón impregnado en disolventes. Si el nivel de suciedad depositada es muy elevado, puede utilizarse lana de acero muy fina (del 000) junto con alguno de estos limpiadores líquidos, nunca en seco. En cualquier caso se deben seguir las instrucciones que acompañan a estos productos. Existen alternativas, digamos, ecológicas, de acción más suave, como el vinagre con sal, pero requiere pasar un trapo húmedo para eliminar el ácido y secar bien después. 
Un par de comentarios en relación con las guarniciones de latón: en ocasiones estas guarniciones presentan abundancia de manchas oscuras de suciedad acumulada, o bien verdosas de óxido de cobre (verdigrís). En estos casos, resulta muy recomendable limpiarlas, pues el verdigrís acaba corroyendo sensiblemente el metal. Además, es un compuesto venenoso, por lo que deberemos obrar con precaución.

No obstante, otras veces el latón o bronce desarrollan una pátina algo más oscura que el metal original, pero uniforme y de aspecto antiguo y agradable. En estos casos debemos valorar si no merece la pena mantener la guarnición como está, pues además no siempre es coherente ver una guarnición brillante e impecable junto a una hoja de aspecto envejecido. En estos casos de pátina que queramos conservar, bastará limpiar la guarnición con alcohol de quemar, o a lo sumo, algo de acetona, a fin de retirar la suciedad superficial. Otra situación en la que debemos limitarnos a una limpieza muy ligera con alcohol es la de guarniciones doradas, bien al fuego o, más modernamente, de forma electrolítica. Una limpieza con limpiametales acabaría con el dorado, en todo o en parte. 
Si el puño es de madera, o está recubierto de cuero o piel de pez (zapa o lija), es necesario que los productos que usemos no entren en contacto con estos materiales, que podrían quedar con manchas permanentes. La madera podrá limpiarse cuidadosamente con un trapo ligeramente humedecido en agua, secando a continuación. Lo mismo vale para la piel de pez (de zapa o de lija), y para el cuero puede usarse con moderación alguna crema incolora de calidad, especialmente si ha sido formulada para cueros antiguos. En todo caso, nunca debemos usar aceites o grasas con un puño recubierto de cuero, pues podrían empaparlo en exceso y disolver o ablandar la cola que lo mantiene unido a la madera, con lo que podría despegarse. Si vemos que el cuero ya corre riesgo de desprenderse, o está fracturado con un aspecto frágil, es mejor no tocarlo en absoluto. 
Conservación.
El acero de las hojas de espadas antiguas, y el hierro de sus guarniciones y vainas, se oxidan. Es un hecho irremediable, un proceso que será tanto más rápido cuanto más húmedas sean las condiciones de conservación, pero siempre presente, incluso en los climas más secos. La única forma de frenar este proceso es aislar en lo posible la hoja de la humedad y el oxígeno del aire. 
Un método tradicional ha sido el de cubrir las hojas con una ligera capa de aceite o grasa. Este procedimiento no es nada recomendable para espadas antiguas, puesto que resulta sucio si pretendemos exponerlas, y además requiere de una vigilancia constante para que con el tiempo no queden descubiertas partes de la hoja que se podrían oxidar. Además el aceite tiende a capturar el polvo del ambiente, que con el tiempo puede, cuando la capa de aceite se retire, atraer la humedad a su vez y retenerla en la superficie de la hoja. 
Antiguamente se usó con alguna frecuencia la cosmolina, una grasa transparente procedente del petróleo que aunque secaba creando una película protectora, amarilleaba y con el tiempo resultaba desagradable a la vista. Cuando esto sucedía, resultaba muy difícil de limpiar. La vaselina pura daba resultados algo mejores, pero no del todo satisfactorios. 
Lo más recomendable en mi opinión y en la de muchos coleccionistas y conservadores es usar algún tipo de cera microcristalina. Este tipo de ceras, aplicadas en capas finas, secan formando una película transparente y resistente al tacto. Un tratamiento puede durar incluso años si la pieza no se manipula en exceso. Inmediatamente antes de aplicar la cera conviene limpiar la superficie a tratar con algún disolvente suave, como el alcohol de quemar. Esto eliminará restos de grasa que pudieran dificultar la adhesión de la cera. Algunas marcas comerciales de estos productos son "Renaissance Wax®", británica, y "Conservator's Wax®", canadiense. No conozco de equivalentes locales, aunque dichos productos pueden conseguirse con facilidad a través de la red. 
En cuanto al latón, puede protegerse de igual modo, con alguna de estas ceras. Sin embargo, si uno se limita a eliminar el polvo frotando de cuando en cuando con un paño suave y seco, el latón y el bronce van adquiriendo un tono algo más oscuro, aunque lustroso y agradable, que quizá resulta más adecuado en una pieza antigua. Siempre y cuando el clima no sea muy húmedo, en cuyo caso el uso de la cera sí es recomendable. 
Estas ceras microcristalinas ayudan también a conservar puños de madera, aunque algunas especialmente duras, como el ébano, no requieren otro tratamiento que pasarles un paño seco de cuando en cuando a fin de retirar el polvo. Esto último es válido también para los puños de hueso o asta. En cuanto a los puños recubiertos de cuero o zapa, me remito a lo dicho más arriba sobre su limpieza. 
Respecto de las vainas de cuero, es un asunto que depende mucho de la integridad y estabilidad del cuero. Si el cuero está en relativo buen estado, una crema incolora de las que antes comentábamos puede dar un buen resultado. Si su estado es más deficiente, un tratamiento con grasa para cueros puede ayudar a flexibilizarlo un poco. No se debe abusar de la grasa, lo lógico sería utilizarla como tratamiento inicial, y posteriormente, pasado algún tiempo, recurrir a la crema, también con moderación. No obstante, si el cuero se halla en un estado de gran fragilidad, o muy endurecido, lo más recomendable sería recurrir a un experto, o bien dejarlo como está y conservarlo aparte con cuidado. 
Almacenamiento y exposición.
Otro elemento importante son las condiciones de almacenamiento o exposición de las piezas. Lo ideal, caso de tenerlas expuestas, sería hacerlo tras un cristal, a fin de evitar la acumulación de polvo. Si no es posible, convendrá impedir que este polvo se acumule con alguna ligera limpieza cada cierto tiempo. 
En todo caso la temperatura debería oscilar en torno a los 20-25 grados, evitando lugares excesivamente calurosos. La humedad es otro factor importante, y un valor adecuado está entre el 45 y 60 %. Valores superiores pueden provocar condensación en las partes metálicas, y un valor inferior que los materiales orgánicos (madera, cuero, etc.) se resequen en exceso. El lugar de exposición o almacenamiento debe estar suficientemente ventilado, de nuevo para reducir el riesgo de condensación. 
Las piezas deben quedar siempre fuera del alcance de los niños o personas sin experiencia. En primer lugar, por el evidente riesgo para ellos, al manipular objetos cortantes y punzantes, y en segundo lugar porque un niño puede conseguir en diez minutos lo que el tiempo y lo avatares de la historia no han conseguido en siglos: destruir o dañar severamente una espada. 
Las espadas pueden conservarse en sus vainas si éstas son metálicas. En el caso de las de cuero suele recomendarse exhibirlas aparte, aunque en climas no demasiado húmedos, y tratándose de cuero viejo, no suelen dar mayores problemas. Pero en efecto, si la humedad es más alta de lo recomendable, las vainas de cuero pueden constituir un problema para la conservación de la hoja, y es mejor tenerlas aparte. 
A modo de costumbre, debemos comprobar el estado de nuestras piezas cada seis meses, aproximadamente, a fin de detectar si se está comenzando a formar algún tipo de óxido, u otros problemas, y así poder actuar a tiempo. 
Una última precaución, en el caso de que las piezas se cuelguen de paredes o paneles, es no utilizar soportes metálicos, o al menos impedir que entren en contacto directo con partes metálicas de las armas. Si esto sucediese, pueden generarse pares electroquímicos que pueden llevar a una corrosión acelerada en los puntos de contacto, de nuevo más agresiva en climas húmedos. El aluminio, en contacto con el acero o hierro, es especialmente peligroso. 
Conclusión.
Una espada es un arma cuyos elementos se componen de materiales muy diversos, cuya limpieza y conservación plantea problemas diferenciados. En este artículo se ha tratado de abordar aquellos cuya presencia es más común en las piezas habituales. En este aspecto es recomendable repasar el apartado en el que se indicaban aquellas piezas no tratadas aquí, las que por sus especiales características pueden requerir de la asistencia de un experto en restauración de armas blancas. 
El objetivo no es siempre el de devolver la pieza a un estado impecable, inmaculado, pues se trata, al fin y al cabo, de una antigüedad que ha atravesado generaciones hasta llegar a nuestras manos. Nuestra intención debería ser devolver al objeto a un estado que garantice su conservación y que al mismo tiempo permita apreciarlo en todo su valor. A la hora de aproximarse a este tipo de antigüedades, la prudencia será siempre nuestra mejor consejera, y será quien nos ayude a disfrutar de nuestra colección, a la par que hacerla llegar a las generaciones venideras en el mejor de los estados posibles.

ã Juan José Pérez, 2011-2015

lunes, 14 de diciembre de 2015

Los encargos del Marqués

Dentro de los ejemplares de espadas-sables del sistema Puerto-Seguro, tienen especial interés e importante valor histórico los que formaron parte de la primera serie de estos sables, producida en el año 1906, y encargada por el propio Marqués de Puerto-Seguro a la conocida empresa Weyersberg, Kirschbaum und Cie. (WKC), de Solingen, en Alemania. Empresa que, por cierto, aún existe.

Efectivamente, el diseñador de este sistema de armas blancas fue D. Luis de Carvajal, por entonces capitán de Caballería y Marqués de Puerto-Seguro. En espera de su aprobación por parte de las autoridades, el Marqués encargó, de su propio bolsillo, un lote de 1600 unidades a dicha empresa alemana, a fin de que pudiesen ser probadas por algún regimiento de caballería y así agilizar su aprobación. Además, se daba la circunstancia de que D. Luis se había asegurado de patentar su diseño, de forma que parecía estar interesado en controlar la comercialización de estos sables, aunque fuese produciéndolos fuera de España.

Por ello encargó a la WKC no sólo espadas de caballería, sino hasta cuatro modelos diferentes: tropa de caballería, oficial de caballería, oficial general y oficial de infantería. Las más numerosas fueron lógicamente las de tropa de caballería, el "Modelo I", siendo más difíciles de encontrar las variantes de oficial de caballería (marcadas como "Modelo II"), oficiales generales (el "Modelo III"), y las de oficial de infantería (el “Modelo IV”), que eran una pequeña parte del lote.

El hecho es que dicho lote llegó a España en 1906 y, efectivamente, estos sables se utilizaron en las pruebas que llevaron, el año siguiente, a la adopción de este nuevo modelo al compararlo con el modelo por entonces reglamentario (el Modelo 1895 para tropa de institutos montados) y con otros prototipos que se presentaron. Lo que no resultó como esperaba el Sr. Marqués fue que se decidió iniciar la producción en Toledo, en lugar de seguir comprándolos al exterior, aunque hay que advertir que el coste de las espadas de tropa de este lote inicial producido en Solingen se le abonó a Puerto-Seguro, quien a su vez nunca reclamó derechos por sus patentes al Estado español.

Por lo tanto, las espadas supervivientes de ese primer lote son en general una rareza, tanto las de tropa como, en mayor medida, las de oficial. De hecho, aún estoy por ver alguno del "Modelo III", supuestamente destinado a los oficiales generales.

Sable para Oficial de Infantería, "Modelo IV" Puerto-Seguro.
Sirva como muestra de este lote "alemán" el ejemplar que se muestra arriba: es un sable de Oficial de Infantería, del que sería Modelo 1909, producido en Solingen en 1906 por la WKC, como atestigua la marca de la cabeza de un rey junto a la de un caballero armado, y que ostenta en el lomo la referencia a su diseñador: “MODELO IV. PUERTO SEGURO - S -”, correspondiente a los sables de Oficial de Infantería.
  

Detalles de las marcas en la hoja.
El sable es de buena construcción, ligera pero muy sólida, al menos de la misma calidad de los que se hicieron posteriormente en la Fábrica de Toledo con hoja "reglamentaria", y claramente superior a los que se fabricaron en la misma Fábrica con hojas de segunda calidad (conocidas como "comerciales") o por espaderos privados. La hoja, niquelada, tiene la forma clásica “Puerto-Seguro”, con vaceo amplio de caras planas y lomo también plano, salvo cerca de la punta donde aparece un característico canal, siendo la guarnición también conforme al modelo, de cazoleta en chapa de acero y el puño formado por dos cachas de madera de nogal sujetas a la espiga mediante dos pasadores.
  
Otra vista de esta espada-sable
Curiosamente, en los ejemplares de tropa de caballería de este lote las cachas son de celuloide, uno de los primeros materiales plásticos utilizados industrialmente. Posteriormente se adoptó también la madera para estos sables, seguramente debido a la tendencia que presentaba el celuloide a sufrir de grietas con el tiempo, como atestiguan los ejemplares supervivientes.

El sable presentado aquí conserva su vaina, correspondiente al modelo, con una abrazadera, presillas y una anilla. No tiene marcas; las series posteriores, producidas ya en España, suelen mostrar "TOLEDO" cerca del brocal.

Algunos datos métricos: 
  • Longitud hoja: 793 mm
  • Ancho máx. hoja: 22 mm
  • Grosor máx. hoja: 7,4 mm
  • Longitud total: 929 mm
  • Equilibrio: a 128 mm de la guarnición
  • Peso sin vaina: 675 gr

Por último y aunque no sea éste el caso, cabe decir que algunos ejemplares de este primer lote "privado" del Marqués, incluso de los de oficial,  muestran un estado bastante baqueteado, por lo que parecen haber tenido una larga vida en servicio, pudiendo haber participado tanto en la Guerra de África como, posteriormente, en la Civil.

ã Juan José Pérez, 2015

Bibliografía esencial
  • Barceló Rubí, Bernabé. "3 Siglos de Armamento Portátil en España". Autopublicación, 2002.
  • Navarro Serra, Vicente. "Espada-sable Puerto-Seguro. La histórica verdad". Autopublicación, 2008.
  • Toledo, Vicente; Navarro, Vicente; Sala, Lluc. "ESPADAS ESPAÑOLAS MILITARES Y CIVILES, desde el siglo XVI al XX". Autopublicación, 2010.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Las Espadas y Sables para Tropa de Caballería Española (y III)

Tercera parte (1841 - 1907)

Con este artículo cerramos la serie dedicada a los modelos para tropa de caballería española, abordando el periodo entre 1841 y 1907. Fue en esta última fecha cuando el que sería el último tipo reglamentario de sable para estas tropas vio la luz. Este periodo se caracteriza por una clara renovación y puesta al día de dicho armamento, siguiendo las pautas de las naciones más avanzadas en este sentido de forma casi contemporánea. Los modelos de esta etapa, más homogéneos que en las anteriores, presentan las siguientes características comunes:
  • Guarniciones fabricadas en chapa de hierro o acero, según el estilo prusiano.
  • Vainas de hierro, con una o dos anillas de suspensión.
  • Sables curvos o rectos, pero siempre de un solo filo.
  • Desaparecen los modelos propios de la caballería de línea.

Tanto las hojas como el resto de componentes se producen en la fábrica de Toledo, abandonándose por completo la subcontratación externa para ejemplares de serie. 

 Sables de tipo "prusiano"

En 1.856 se produjo una serie de prototipos de un sable para la caballería ligera de nuevo cuño, inspirado de forma clara en modelos de origen alemán, y más concretamente prusiano. Las pruebas realizadas demostraron su robustez y fiabilidad, por lo que el diseño fue adoptado oficialmente como Modelo 1860. Su concepto suponía una ruptura casi completa con los sables anteriormente en uso, pues la guarnición de este sable, en hierro, presenta una cazoleta completa y monterilla corrida con un pasador central de refuerzo. La hoja, realmente robusta, es curva, con bigotera corta, un filo al exterior en todo su largo y filo al interior en la punta donde forma una pala a dos mesas, presentando un amplio vaceo poco profundo en las dos caras. Longitud de la hoja 860 mm, anchura 32 mm, grosor máx. 8,5 mm. Su vaina es de hierro, con dos anillas y reducido batiente.

Sable de Caballería Ligera Modelo 1860

Este sable contó con dos versiones para oficial (de 1860 y 1878), y fue reemplazado por el sable Modelo 1880, muy similar en su forma, aunque con la hoja aligerada. Este último sable sufrió a su vez la supresión de la segunda abrazadera de la vaina en 1888, añadiéndose en la superior una segunda anilla de menor tamaño. Hay que notar que este Modelo 1880 fue el primero en ser común a todos los cuerpos de Caballería, confirmándose la desaparición de los modelos específicos para Caballería de Línea.

Estos dos modelos, el 1860 y el 1880, estuvieron en servicio de manera oficial hasta ser reemplazados por el Modelo 1895, pero en la práctica se sabe que en tropas de primera línea ambos estuvieron en activo hasta la década de 1920, debido a la mayor confianza que inspiraban frente a modelos posteriores. 

 El Modelo 1895 (tipo Robert)

En 1895 apareció un modelo de reglamento para la tropa de caballería que incorporaba una serie de innovaciones destinadas aparentemente al abaratamiento de su fabricación, por presentar su montaje una mayor sencillez y posibilitar su fabricación en cadenas de producción en serie. Quizá se pretendió igualmente mejorar su mantenimiento y reparación sobre el terreno.

Sable de Caballería Modelo 1895 

Este sable modelo 1895, de diseño emparentado con las versiones de oficial de tipo Robert (1), presentaba una cazoleta completa en hierro, empuñadura formada por cachas de madera de nogal de forma anatómica, sujetas con un tornillo pasante a una espiga muy ancha, con el pomo redondeado donde aún se remachaba el extremo de la espiga. La hoja, que resulta ligera, es curva, sin vaceos, con bigotera donde se estampaba el sello de la Fábrica, filo a todo el exterior y al interior sólo en el último tercio. Longitud de la hoja 821 mm, anchura 28 mm, grosor máx. 6 mm. La vaina, de hierro, tiene sólo una anilla, y presenta un batiente muy largo.

Evolución de los modelos 1860 (A), 1880 (B), 1895 (C) y 1907 (D)


Fue un sable que aparentemente se demostró de escasa resistencia, suspendiéndose temporalmente su producción, aunque se sabe que hubo pedidos hasta 1914 y versiones de exportación (al menos constan ejemplares producidos para el ejército de Colombia). Tuvo versiones de oficial de caballería e infantería, muy semejantes aunque de menor tamaño y dos pasadores en la empuñadura. Quedaron éstos en fase de prototipo, no aprobándose de manera oficial, aunque se construyeron en importante cantidad y fueron usados con normalidad. 

El Modelo Puerto-Seguro 1907-18


En el cambio de siglo surgió en Europa y después en los EE.UU. una interesante polémica sobre el correcto uso de una espada por parte de la caballería. Surgió una corriente de opinión que sostenía que el uso más eficaz correspondía a la punta, siendo la estocada prácticamente el único medio de enfrentarse con éxito a la caballería contraria, y resultando también apropiada contra la infantería. Se rescataba con ello la tradicional carga de choque de la caballería de línea o pesada, masiva y empleando la punta de sus espadas rectas, frente al uso de los sables principalmente de corte por parte de la caballería ligera, de forma más libre y en especial contra un enemigo desorganizado o en desbandada.

En España fue el Marqués de Puerto Seguro, D. Luis Carvajal, por aquel tiempo capitán de caballería, el principal sostén de esas teorías, y el diseñador de todo un sistema de espadas que llevan de forma oficial su nombre. Puesto que el modelo que apareció en primer lugar, el de tropa de caballería, vio la luz en 1907, se adelantó con ello a sus equivalentes en el Reino Unido (modelo 1908) y en EE.UU. (modelo 1913 o Patton).

El Modelo Puerto-Seguro 1907/18 (más adelante se aclara el porqué de esta doble fecha) para tropa de caballería presenta una cazoleta completa en hierro reforzada por un reborde, empuñadura formada por cachas de madera de nogal (en los prototipos, de celuloide) sujetas mediante dos tornillos pasantes a la ancha espiga, y una monterilla sujeta mediante una perilla atornillada a la punta de la espiga, que es roscada. Resulta por tanto totalmente desmontable con facilidad, y su disposición es típica de este sistema de espadas.

La hoja es recta, con bigotera, filo corrido al exterior y lomo cuadrado al interior hasta el último tercio, donde presenta un canal y una corta pala a dos filos. Presenta profundos vaceos de paredes rectas en casi todo su largo por ambas caras. Longitud de la hoja 900 mm, anchura 27 mm, grosor máx. 7 mm.

Espada Modelo Puerto-Seguro 1907 para Tropa de Caballería (vista de la empuñadura)

El modelo 1907 fue aprobado de forma provisional en ese año, no siendo su aprobación definitiva hasta 1918, siendo producido en un principio en Solingen por la WKC (Weyersberg, Kirschbaum und Cie) bajo encargo y pago del propio Marqués (entendemos que para facilitar las pruebas conducentes a su adopción, dada la dificultad inicial que tuvo la Fábrica para producir hojas con esa sección) y posteriormente en la Fábrica de Toledo ya de forma regular. En los dos casos aparecen correctamente marcadas, bien con los logos del fabricante alemán  y/o referencia "PUERTO-SEGURO" en el lomo en la breve tirada inicial, bien con los definitivos de la Fábrica de Toledo para la producción regular.

De este sable existieron versiones para Oficial de Caballería y para Oficial de Infantería (ambas conocieron también una breve producción inicial por la WKC), siendo adoptados con pasmosa rapidez por la oficialidad y participando extensivamente en la Guerra de Marruecos durante los años veinte. Asimismo, modelos anteriores para otros cuerpos fueron modificados para albergar hojas del presente sistema. Incluso después de la Guerra Civil, algunos institutos como la Guardia Civil lo adoptaron para sus tropas de caballería, marcando las cazoletas con su emblema.

Este sable fue el último modelo español de sable o espada adoptado para un cuerpo de tropa, y de ahí su importancia histórica. Por otro lado, por el estado de las piezas sobrevivientes, se demostró de bastante resistencia, y se produjo en gran cantidad. 

Digamos como curiosidad que la última tirada conocida de sables de este tipo, para tropa montada, lo fue para la Guardia Real, siendo fabricados por Bermejo en el año 2001, con lo que el veterano sable llegó a ver un nuevo siglo, el que ahora vivimos. 

(1) Por D. José Robert y Bordés, capitán de artillería destinado en la Fábrica de Toledo en aquel entonces y posible diseñador del modelo 1895.

ã Juan José Pérez, 2000-2015
Bibliografía esencial
  • Barceló Rubí, Bernabé. "Armamento Portátil Español 1.764-1.939". Ed. San Martín, 1976.
  • Calvó, Juan L. "Armas blancas para tropa en la Caballería Española". Asociación El Cid, 1980.
  • Toledo, Vicente; Navarro, Vicente; Sala, Lluc. "ESPADAS ESPAÑOLAS MILITARES Y CIVILES, desde el siglo XVI al XX". Autopublicación, 2010.

viernes, 27 de noviembre de 2015

Las Espadas y Sables para Tropa de Caballería Española (II)


Segunda parte (1815 - 1840)


En este artículo nos ocupamos de los diferentes modelos para tropa de caballería ligera y de línea (pesada) que aparecieron de forma reglamentaria entre 1815 y 1840. En este periodo, inmediatamente posterior a la guerras napoleónicas, se produjo el primer gran intento de sistematización del armamento de punta y corte para la caballería. Los modelos de este periodo presentan por tanto algunas características comunes:
  • Guarniciones en latón, de estilo francés en su origen.
  • Vainas de hierro, con dos anillas de suspensión.
  • Sables curvos para caballería ligera, espadas rectas para la caballería de línea.
Las hojas siguieron produciéndose en la fábrica de Toledo, si bien las guarniciones y vainas fueron subcontratadas a armeros particulares. El montaje final se llevaba a cabo en Toledo.

Sables para Caballería Ligera

En 1815 apareció un modelo de sable para la caballería ligera que tuvo una gran difusión, manteniéndose en producción hasta entrada la década de 1840. El sable modelo 1815 resultó ser un arma fuerte que aunque se inspiraba en modelos franceses combinaba aspectos de varios modelos de ese país para lograr una empuñadura mejorada. La robusta guarnición de este sable presenta monterilla corrida con el extremo en forma "de castillo", aro y tres gavilanes muy curvos, todo ello en latón. La hoja es bastante curva con un filo al exterior en todo su largo y filo al interior en la punta, donde forma una pala a dos mesas. Longitud de la hoja 865 mm, anchura 35 mm, grosor 7 mm.

Sable de Caballería Ligera Modelo 1815 (detalle empuñadura)
Este sable contó con una serie de modelos que le sucedieron, algunos con escaso éxito. Es el caso de los modelos 1822 y 1825, que tenían la esencialmente la misma hoja que el modelo 1815, del que se diferenciaban sólo en la guarnición, que adoptaba diversas formas. Estos dos modelos son muy escasos, y encontrarlos constituye una rareza. En la práctica el modelo 1815 fue sustituido por el modelo aparecido en 1840.

Evolución de las empuñaduras, modelos 1815 (A), 1822 (B), 1825 (C) y 1840 (D)
Este sable modelo 1840 ya era de características diferenciadas, sobre todo en la hoja. El filo exterior comenzaba en el segundo tercio, formando una pala a doble filo en su punta. Además, la curvatura se redujo de forma muy sensible, lo que junto a una mayor longitud condujo a un diseño más estilizado. El modelo 1840 tuvo un gran éxito en campaña, y se mantuvo en uso hasta 1860. Longitud de la hoja 885 mm, anchura 30 mm.

Guarnición del Sable Modelo 1840 para Caballería Ligera

Espadas para Caballería de Línea

También en 1815 se dotó de una nueva espada a la tropa de caballería de línea. Esta espada, muy semejante en su guarnición a la espada para caballería pesada modelo Año XI francesa, en latón, con aro, tres gavilanes curvos y monterilla no corrida, presenta como el modelo francés una hoja recta con dos vaceos y costilla central, filo corrido al exterior y doble en el último tercio. Las medidas de esta hoja son: longitud 955 mm, anchura 34, grosor 6 mm.


Espadas modelos 1815, 1825 y 1832 para Caballería de Línea

  
Como puede apreciarse en la figura posterior, esta guarnición se mantuvo inalterada en los modelos posteriores de 1825 y 1832, aunque cada uno de ellos tenía una hoja de características particulares. La del modelo 1825 presentaba en su primer tercio un tabla sin filos, y doble filo en sus dos últimos tercios. El modelo 1832 supuso sin embargo un retorno a las hojas de espada del siglo anterior, decisión tomada seguramente por la experiencia en combate. Así la Espada modelo 1832 para Caballería de Línea tiene una hoja con bigotera corta y doble filo hasta la punta. Dimensiones de esta hoja: longitud 945 mm, anchura 32, grosor 6 mm.

Espada Modelo 1832 para Caballería de Línea (vista completa)
Este imponente modelo 1832, reglamentario para la Caballería de Línea, estuvo en uso sin modificaciones de importancia hasta que fue sustituida por el Sable Modelo 1880 que se adoptó para todas las tropas a caballo. Incluso en fecha tan tardía como 1893 se estableció que en caso de falta de existencias del modelo 1880 se distribuyera esta espada a las tropas de caballería. Durante este largo periodo de uso, más de sesenta años, la única modificación de la que se tiene conocimiento fue el aligeramiento de la guarnición mediada la década de 1840. Por todo ello a la Espada 1832 se la puede considerar un modelo de gran éxito.

ã Juan José Pérez, 2000-2015
Bibliografía esencial
  • Barceló Rubí, Bernabé. "Armamento Portátil Español 1.764-1.939". Ed. San Martín, 1.976.
  • Calvó, Juan L. "Armas blancas para tropa en la Caballería Española". Asociación El Cid, 1.980.

jueves, 26 de noviembre de 2015

Las Espadas y Sables para Tropa de Caballería Española (I)


Primera parte (1728 - 1814)


En este artículo y posteriores que aparecerán vamos a tratar someramente los diferentes modelos para tropa de caballería española que han tenido carácter reglamentario entre 1.728 y 1.907 (antes de 1.728 este concepto no existía, y en 1.907 apareció el último modelo diferenciado para tropa aprobado en España hasta la fecha). Hemos dejado intencionadamente fuera de este estudio los sables y espadas para dragones, que presentaron durante el s. XVIII una gran variabilidad, dejando de poseer armamento específico a partir de 1.815. Debido a sus particularidades, recibirán cumplida atención en nuevas entradas de este blog. Todos los modelos referidos a continuación se produjeron en la Fábrica de Toledo, la mayoría de forma exclusiva. En este primer artículo cubrimos el periodo desde el primer modelo de reglamento hasta el fin de las guerras contra Napoleón.   
  
Soldado de Caballería Española en torno a 1.760
Es en 1.728 cuando, por vez primera, aparece un modelo reglamentario de espada para uso de la tropa de caballería en España, anticipándose de este modo a muchos otros países de su entorno. Este modelo, definido por Real Orden el 12 de julio de ese año, presenta hoja recta (como todas las espadas para caballería del s. XVIII) a dos filos y tres mesas, con bigotera muy corta, recazo y guarnición de dos conchas, gavilanes curvos y guardamano, todo ello en hierro, como puede apreciarse en un grabado de época, que muestra además su vaina de costillas de madera forradas de cuero. Longitud de la hoja 940 mm, anchura 36 mm, grosor 6 mm.

Espada modelo 1728 para Caballería


Este modelo, una espada fuerte y resistente, alcanzó un gran éxito, y sólo fue reemplazado por los "modelos" de 1796 y 1799, tras muchos años de servicio. 
 

Hacia 1770 (aunque hay cierta polémica en torno a la fecha) se adoptó un nuevo modelo para tropa de caballería. Éste, de líneas muy clásicas y de construcción muy semejante al anterior, presentaba una cazoleta casi completa, gavilanes y guardamano. La hoja era prácticamente igual a la del modelo 1728, con las siguientes dimensiones: longitud 935 mm, anchura 35, grosor 6 mm. Se le conoce como "modelo 1796", por aparecer así denominada en antiguos catálogos del Museo de Artillería (actual del Ejército).

Espada "modelo 1796" para Caballería
A finales del siglo (1.795) se creó en España un nuevo tipo de caballería más maniobrable, a la que se le dotó con sables de hoja curva y empuñadura sencilla, agrupándose en regimientos de Húsares y Cazadores, recibiendo todos el apelativo de Caballería Ligera, frente a la pesada o de Línea, que continuó siendo armada con espadas de hoja recta. En 1.803 un reglamento fijaba el tipo de armas a emplear por ambas caballerías, aunque formalizó el uso de modelos aparecidos en años anteriores. 


El primer modelo reglamentario para la Caballería de Línea fue la espada "modelo 1803" (1799 según otros autores), aunque pudo estar ya en uso antes de esa fecha, y aprovechaba una empuñadura muy particular que ya fue utilizada por los Dragones desde al menos 1.768. Se trata de una espada de hoja recta en dos variantes: una a dos filos y tres mesas en toda su longitud (imagen inferior), y otra con filo sencillo en los dos primeros tercios y doble filo en el último. La empuñadura, de hierro, tiene forma de cesta, con guardamano, dos gavilanes curvos, galluelo y seguro. Longitud de la hoja, 975 mm, anchura 34 mm. La vaina es en madera, forrada de cuero con juegos de hierro.


Espada modelo 1803 (1799) para Caballería de Línea

La Caballería Ligera recibió oficialmente en 1.803 (aunque ya lo venía usando desde 1.795) un modelo de sable que tuvo escasa producción por diferentes circunstancias. Presenta hoja muy curva, con un filo hasta la punta, donde forma una pala a doble filo, ligeros vaceos y canales paralelos al lomo en ambas caras. La empuñadura es del tipo estribo, con monterilla corrida, guardamano y cruz de gavilanes casi rectos, todo ello en latón. Longitud de la hoja, 855 mm, anchura 35 mm, grosor 6 mm. Vaina en cuero y latón, con batiente de hierro.

Sable en uso en 1803 para Caballería Ligera
Todos los modelos anteriores, exceptuando quizás al de 1728, tomaron parte en la Guerra de la Independencia contra las tropas de Napoleón, junto a multitud de armas recompuestas con hojas anteriores y nuevas guarniciones, algunas de ellas de tipo francés no reglamentario. Además, debido a la ayuda coyuntural de las tropas inglesas, se utilizaron con profusión las robustas espadas rectas de caballería pesada y los sables de caballería ligera de los modelos ingleses de 1.796, de las cuales quedaron tras la guerra abundantes ejemplares en servicio.

Finalizada la contienda, en 1.815 un nuevo reglamento aprobó el uso de modelos para Caballería de Línea y Ligera que introducían en España el estilo francés en sus guarniciones. Las trataremos en el próximo artículo.

ã Juan José Pérez, 2000-2015

Bibliografía esencial
  • Barceló Rubí, Bernabé. "Armamento Portátil Español 1.764-1.939". Ed. San Martín, 1.976.
  • Calvó, Juan L. "Armas blancas para tropa en la Caballería Española". Asociación El Cid, 1.980.

Bienvenidos a Espadas y Sables, el blog de Juan José Pérez

Os voy a hablar de una de mis aficiones: todo lo relacionado con el arma blanca antigua, y sobre todo, el mundo de las espadas y sables antiguos.

A primera vista, podría tratarse de una variante más de la afición por lo antiguo que hoy nos persigue a muchos. Sin embargo, quien sostenga una espada o sable que arrastre tras de sí un pasado de gloria o derrota, puede sentir entre sus manos un pequeño fragmento de la historia.

Por otro lado, las antiguas armas blancas tienen un doble atractivo: primero, y para mí el más importante, la perfección técnica aplicada en su construcción y que facilita cumplir su función. Y en segundo lugar, algunas armas, por su especial nivel de ornamentación y los materiales empleados en su construcción, pueden considerarse auténticas obras de arte.

Iré incluyendo en este sitio artículos que he ido escribiendo durante los muchos años que ya cultivo esta afición. Espero que disfrutéis y, quizá, deseéis conocer más de este  mundo del arma antigua.

Juan José Pérez  es uno de los moderadores de Sword Forum International (swordforum.com)

Miembro fundador de la Asociación Española de Esgrima Antigua (A.E.E.A.)